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Monday, January 24, 2011

Cerebro, lectura y escritura

Todo se inició por unas ganas de un profesor universitario, Yo, de fastidiar a sus estudiantes. Al observar a varios de ellos con lap-tops y mini lap-tops en el aula hice la siguiente pregunta: muy bien, ¿qué es una arroba? -Oh profe, el símbolo para escribir una dirección electrónica- respondió uno de ellos. Si, pero ¿qué es?, ¿qué significa arroba?, ¿de dónde viene eso? Nadie sabía. Y pensé, déjame ver. ¿Cuántos metros tiene un kilómetro?, ¿de qué tamaño es un metro, expréselo con sus brazos y manos?, ¿cuántas onzas tiene una libra?, ¿cuántos litros tiene un galón? ¡Nadie sabía! Mis estudiantes de tercer año de Medicina y de Psicología de la UASD, durante los pasados cinco semestres que hago este ejercicio, no saben.

Entonces hago un chiste cruel. Bueno, vamos a aprender  unidades de medida, porque ya se que si dejan la carrera no podrán trabajar ni en un colmadón ni en una tienda de la Mella; así que mejor aprendemos eso y seguimos con la fisiología y se hacen médicos/ psicólogos, a lo mejor les va mejor.

Y entonces viene el hecho del cambio de textos en la educación básica. Y el escándalo, y los dimes y diretes que todos hemos leído en la prensa.

Y leyendo acerca de la discusión sobre el español (¿castellano?) y su enseñanza recordé lecturas recientes y lo que significa leer y escribir. De ahí el origen final de este artículo.

Mario Vargas Llosa, nuestro Mario Vargas Llosa, inicia su discurso de recepción del premio Nobel de literatura 2010 con las siguientes palabras: “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en mi vida”.

En Búsqueda sin término (1994, 3ra ed., Technos), la autobiografía intelectual de Karl Popper, sin quizás uno de los filósofos más influyentes del pasado Siglo XX, Este escribió: “aprender a leer y, en menor grado, a escribir son, sin duda, los mayores acontecimientos en el desarrollo intelectual de una persona”. “Estaré por siempre agradecido a mi primera profesora, Emma Goldberger, que me enseño a leer, a escribir, y las reglas de la aritmética”. Curioso, como los grandes intelectuales continuamente nos recuerdan quien los alfabetizó. De los nuestros, solo recuerdo a Rosa Smester, que alfabetizó a Joaquín Balaguer. No se quienes alfabetizaron a nuestros otros líderes, escritores y pensadores. Seguramente mi falta, pues no dudo que lo hayan expresado alguna vez.

Pero no siempre la lectura se vio con buenos ojos. Sócrates temía que la lectura disminuyera el diálogo, como en efecto ocurrió. La invención de las vocales por los griegos y agregarlas al alfabeto de consonantes de los fenicios, produjo el nacimiento del mundo que conocemos como occidental y de su dominadora cultura hasta el día de hoy.

Y ¿cómo aprendemos a leer y a escribir y por qué podemos todos los humanos dominar esas dos acciones consideradas las bases de todo lo demás? Un nuevo libro de neurólogo Oliver Sacks de la Universidad de Columbia, The mind’s eye (Knoff, 2010) nos hace conocer algunas respuestas.

En el ensayo “Un hombre de letras”, del citado texto, el Dr. Sacks nos cuenta de un paciente que luego de un pequeño daño cerebral perdió la capacidad de leer (alexia), pero curiosamente no la de escribir - un fenómeno conocido en la literatura médica como alexia sine agraphia- y por supuesto, escribía lo que se le dictaba, aunque después no entendía su lectura. El Dr. Sacks prosigue su historia de cómo este paciente y otros han podido en parte recobrar en su vida algo de lo todo que perdieron con esas lesiones.

Me viene a la mente las veces que he escuchado que la nueva forma de enseñanza (¿la de mis estudiantes de Medicina?) no es memorística, sino conceptual, holística, construccionista; y me pregunto ¿pero no saben que sin memoria no hay aprendizaje? Será que tienen nuevas técnicas de producir memorias en los niños…, pero proponer que aprenderán algo sin memoria creo que es no pensar.

Como los pacientes del Dr. Sacks, que sustituyen la memoria de una sensación (la visión de las letras) por el movimiento de la mano en el aire dibujando esas letras (una memoria motora) y así reconocen y “leen” la palabra que tienen enfrente.

Es en áreas laterales del lóbulo occipital del cerebro, el área visual, y en el área ínfero-temporal o área de la palabra visual, donde tenemos las neuronas y las redes neurales que nos permiten leer y escribir, asociadas, por supuesto, a áreas motoras para la escritura , y también para la lectura. Recordemos que fue en la Edad Media cuando aprendimos a leer en silencio. Antes de ese tiempo se leía siempre en voz alta, ayudado por memorias motoras de la lengua, la boca y la faringe. ( a propósito, todavía muchos de mis estudiantes no saben leer “con la vista”, especialmente en los exámenes y ¡ algunos de verdad no pueden!).

Pero, ¿Por qué tiene que presentar el cerebro áreas para aprender a leer y a escribir, si la escritura tiene solo 10,000 años y nuestro cerebro se formó hace un millón de años y hace unos cien mil años el habla? Sacks llama a este el “dilema de Wallace”, ya que fue planteado por vez primera por Alfred Russel Wallace, el codescubridor con Charles Darwin de la selección natural en la evolución.

Estudios citados por Sacks y citas del excelente trabajo de Stanilas Dehaene “Reading in the brain” (2009, Viking Press) muestran que nuestras neuronas inferotemporales presentan activación preferencial por ciertas formas y Dahiene escribe: “la forma de las letras no es una selección cultural arbitraria. Nuestro cerebro de primate solo acepta un grupo limitado de formas escritas”.

Otros estudios señalan que el análisis de todas las lenguas escritas muestra similitudes topológicas (de forma), aunque no geométricas y se han encontrado además formas topológicas invariantes en la naturaleza.

Nuestro cerebro evolucionó para reconocer estas formas en nuestro ambiente y de esas formas y con el mismo aparato neural inventamos la escritura y la lectura. Como dice Sacks “somos alfabetizables no por virtud de intervención divina, sino a través de una invención cultural que hace un brillante y creativo uso distinto de una estructura neural pre-existente”. No se construye nada, ya todo estaba ahí.

Aunque es relativamente común la alexia sine agrafia, son muy raros los casos de agrafias sine alexia, por lo que es posible la existencia de dos mecanismos distintos aunque muy interconectados para la escritura y la lectura, las bases para la expresión plena de cualquier lengua en nuestros días.

Aunque como siempre, seguimos leyendo en la prensa de libros extranjeros, de compras de libros sin concursos, de cambios de curricula sin discusiones. Nuestro Putumayo de siempre, la región de donde Rogert Casement, el soñador celta de la última novela de Vargas Llosa (El sueño del celta, 2010, Alfaguara) dice: “un piélago de intrigas, falsos rumores, mentiras flagrantes o esquinadas…un mundo donde nadie decía la verdad…porque las gentes vivían dentro de un sistema en el que ya era prácticamente imposible distinguir lo falso de lo cierto.”

El aprender a bien leer y escribir en nuestra lengua no es un juego, ni una discusión política, ni un asunto del Putumayo de un Ministro y una comisión. Es algo muy serio. Seamos serios, de ahí dependerá todo lo demás.