En febrero 21 del
1995 escribí este ensayo para el Listín Diario. Pensábamos muchos que al estar
a término la Era de Balaguer también lo estaba la Era de la Megacorrupción.
Falsas premisas, no sabíamos que también existía la Gigacorrupción. Quizás, las
nuevas generaciones que vi en el parque Independencia protestando de una nueva
manera encuentren algo interesante en este pequeño trabajo, que de seguro no
conocieron. Algo más le he agregado de nuevos conocimientos sobre el tema.
Recientemente en
España, país que aparenta haber descubierto su corrupción ahora (como si las
dictaduras no fuesen la esencia de lo corrupto), han aparecido sonados casos de
corrupción, tanto públicos como privados y la intelligentsia española ha
iniciado su respuesta en diversos matices.
Así, un reciente
libro de de un sociólogo profesor universitario sitúa la base de la corrupción
en la existencia de demasiadas reglas imposibles de cumplir. Según este
análisis, lo que todos hacemos es entonces lo que se pueda o, peor aún,
aparentar que se hace todo y no hacer nada o hacerlo falsamente.
Algo hay de
verdad en esto, pues, después de todo, la primera obligación es la de vivir y
mantenerse. Lo que no parece claro en lo que conozco del caso es si son los de
“arriba” los que se inventan tantas reglas para que a los de “abajo” no les
quede más remedio que bajar la cabeza y no se pregunten sobre lo que aquellos
hacen o deshacen!
Otro enfoque
interesante lo presenta el Vicerrector de la Universidad Politécnica de
Valencia J.R. Medina Fulgado en el periódico español El Mundo de 8 de febrero
del presente año. Su artículo se titula La Bioquímica de la Corrupción. Escribe
que la corrupción es una enfermedad latente en las personas, que crece con
fuerza y alcanza niveles epidémicos cuando afecta las ideologías. A seguidas
señala que el mejor recurso contra todas las epidemias es, por supuesto,
evitarlas.
El artículo de
Medina Fulgado es una joya, y trata en parte sobre si nuestros cerebros existe
o no el libre albedrío o si la química cerebral nos hace creer que somos libres
cuando en realidad somos seres programados. Tiene otra parte interesante: es
cuando habla de los grados de la corrupción ideológica. Dice que en primer
grado los grupos “generan razonamientos contrarios a la transparencia”. Por
ejemplo, la estabilidad justifica que se sepa lo menos posible sobre uno o más
problemas. En segundo grado “eleva la mentira y el engaño a la categoría de
método habitual de trabajo e implica la destrucción de los principios éticosy
la eliminación de la honestidad en las ideas”.
Rebasado este
segundo grado se producen razonamientos que justifican ya el incumplimiento de
las leyes y se pierden los frenos políticos del sistema. A partir del segundo
grado, según este autor, “la corrupción ideológica es una bola de nieve que
puede destruir cualquier cosa”. Viene el “sálvese quien pueda” y el uso para
fines individuales de los valores colectivos y sociales.
Pero, ¿es esto
típico de los humanos o lo encontramos en la naturaleza como una regla
habitual? La sociobiología, especialidad que estudia la evolución de sociedades
en el reino animal, nos muestra muchos datos al respecto. Las sociedades
animales de organismos inferiores, como hormigas y abejas, por ejemplo, son
estrictamente rígidas y si las juzgamos por los valores de hoy, esencialmente
corruptas; solo importa la “razón de Estado” que en esos animales es la
sobrevivencia del grupo y su jefe. Los individuos de “abajo” no cuentan y están
programados químicamente para ser maquinitas al servicio del grupo y del jefe.
En animales ya
reconocidos como “superiores” por su complejidad individual dentro del grupo
social, como los monos, por ejemplo, la situación no es mejor. Aparecen
iniciativas individuales, pero estas son masacradas en el mejor de los casos.
Y algo más, estas iniciativas iban dirigidas no
a mejorar al grupo, sino exclusivamente a quien la tuviera y a su descendencia.
Como relata Carl Sagan en su obra “Sombras de ancestros olvidados” (1992),
Nicolás Maquiavelo se hubiese sentido más o menos en su casa en una sociedad de
chimpancés. Estos animales saben mantener secretos y saben mentir para
aprovecharse de otro, y siempre que pueden lo hacen. La mentira les sirve como
instrumento de supervivencia. Sagan cita el trabajo de J.Carter (1981) donde se
describe a un joven chimpancé jugando con un mono Colobo de su misma edad,
limpiándose uno al otro, pero cuando pasa un chimpancé adulto, atrapa al Colobo
por la cola y le mata lanzándole contra un árbol, el joven chimpancé va de
inmediato a unirse al cazador en la merienda del que antes era su amigo. Parece
que el amor y el interés se fueron al campo un día…
Konrad Lorenz,
ese estudioso del comportamiento animal premio Nobel de Medicina en 1973, y
quien escribió que el estudio comparado del comportamiento constituye la
Ciencia Natural del Hombre, expuso sobre las formas de reacción de los animales
que: “dichas formas desprovistas ya de sentido, siguen con la tenaz
persistencia del instinto animal condicionando el comportamiento humano de una
forma claramente perjudicial para la vida y la sociedad”.
Si nos ponemos a buscar qué es verdaderamente
lo que nos hace humanos, lo que cualitativamente nos diferencia del resto de
los animales, quizás solo encontremos una cosa: ¡la honestidad! Es la
transparencia en los asuntos tanto públicos como privados, lo que nos permite
que se desarrollen reglas y leyes y se establezcan mecanismos para lograr que
la regulación social sea para todos. Gritar: ¡corrupción!, solo porque no somos
nosotros los beneficiados o porque creemos que con las mismas reglas y cultura
del secreto, nosotros podemos lograr –si nos tocare la situación- no ser
corruptos, parece una utopía, que hará que simplemente cambiemos unos corruptos
por otros.
En las sociedades
menos afectadas por la corrupción y donde ésta se paga con ejemplares castigos
sociales, se ha desarrollado desde hace tiempo la cultura de la transparencia y
la verdad. Me parece que de otra manera nuestro país en particular solo seguirá
siendo una tribu más de primates más cercana al chimpancé que a otros Homo
sapiens.
Hasta aquí mi
escrito de aquella fecha, permítanme agregar ahora algo nuevo.
Robert Trivers es
uno de los principales teóricos de la biología contemporánea. Sus aportes al
pensamiento biológico actual le hacen un profesional respetado, admirado y a
tomar muy en cuenta. Su último libro “La Insensatez de los Dementes” (The Folly
of Fools, Basic Books, 2012) tiene como subtítulo La Lógica de la Mentira y el
Autoengaño en la Vida Humana, tema que trata, por supuesto, desde la óptica de
la evolución biológica, esto es, del papel de la mentira en nuestro camino
evolutivo y sus ventajas y desventajas.
Miremos un
pequeño extracto de lo que dice sobre el poder.
“Se ha dicho que
el poder tiende a corromper y que el poder absoluto lo hace absolutamente.
Usualmente esto se refiere al hecho de que el poder permite la ejecución de
estrategias egoístas en aumento, las cuales hacen de uno un “corrupto”. Pero
los psicólogos han demostrado que el poder corrompe nuestros procesos mentales
casi de inmediato. Cuando una sensación de poder es inducida en personas, estas
disminuyen su capacidad de tomar el punto de vista de otro y son más propensos
a centrar sus pensamientos en ellos mismos. El resultado es una reducida
habilidad de comprensión de cómo los otros ven, piensan y sienten. El poder,
entre otras cosas, conduce a la ceguera hacia los otros”.
El experimento
clásico es el siguiente: se presenta un “prime”, que puede ser consciente o
inconsciente, y que puede ser hasta una simple palabra. Un “prime” es una
introducción de una idea o un ejercicio mental X previo a una prueba que se
quiere realizar.
“El “prime” para
el experimento sobre el poder consistió en pedirle a varias personas que
escribieran durante cinco minutos acerca de de situaciones en las que se
considerasen sentirse poderosos, y a estas personas además se les dio dulces
que pudieran repartir entre los demás del grupo, mientras otro grupo con un
“prime” de poder disminuido escribe sobre la situación contraria y solo se les
permite decir la cantidad de dulce que esperarían recibir.”
“Este modesto
“prime” produjo resultados asombrosos. Cuando a los sujetos se les pidió
chasquear sus dedos cinco veces y rápidamente escribir sobre sus frentes la letra
E, un sesgo inconsciente se pudo observar. Aquellos que recibieron el “prime”
para sentirse fuera del poder fueron tres veces más propensos a escribir la
letra E de manera que otros pudieran
leerla sobre su frente, comparados con los que recibieron el “prime “ de
sentirse poderosos y el efecto fue igual de sólido en ambos sexos… cuando se
compararon con personas que recibieron un “prime” neutral, aquellos con el
“prime” de poder fueron menos capaces de discriminar entre expresiones faciales
humanas comunes asociadas al miedo, rabia, tristeza y felicidad. De nuevo, los
sexos respondieron de manera similar a los “prime” de poder, pero en general
las mujeres obtuvieron mejores
resultados en la discriminación emocional y los varones parecieron superseguros.
En resumen, los hombres poderosos sufren de múltiples carencias en su capacidad de aprehender el mundo de los demás
correctamente, debido a su poder y a su sexo.”
Hasta aquí los
resultados de Trivers, y claro, esto lo sabían bien, aunque aún no demostrado
experimentalmente por los psicólogos sociales, los creadores de la democracia
que impusieron que hubiesen elecciones y cada cuatro o cinco años los países
cambiasen a sus dirigentes. Es de resaltar una noticia que apareció en algunos
de nuestros periódicos en páginas bien interiores: “Obama cambiará a todos sus
ministros”. El recién reelecto Presidente de los Estados Unidos si sabe lo que
es el Poder y lo que éste hace a los humanos. ¿Cuándo aprenderemos nosotros?