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Thursday, January 10, 2013

LA MALDAD DE LA CIENCIA?

Publicado en Acento.com.do, enero 10 del 2013


 Como olvidar el Frankenstein de Mary Shelley de 1818, filósofa ella y novelista, y esposa de filósofo  e hija de padre y madre filósofos; pero no hace falta ir más allá del famoso Doctor No de Ian Fleming y su superagente 007, que llevó a la fama a Sean Connery, para observar que el científico demente y maligno es una aceptación común y hasta atractiva, en el aún más común de los mortales, que asistían y asisten pasivamente a distraerse con el cine, ese oficio del siglo XX.

Entre el cine, la propaganda política y la aureola blanca de pelo que rodeaba la cabeza de Einstein y que hoy día vemos casi repetida en el famoso divulgador científico español Edouard Pounset y su programa REDES de Radio Televisión Española y una bien montada y dirigida política anti-ciencia, hoy el científico loco, que hay que cuidar, vigilar y señalarle los caminos éticos de la ciencia es un lugar común ( como gustan de expresar los filósofos y literatos postmodernos, cuando no nos hablan directamente de geometría y geología sin saber nada de ninguna de estas ciencias…No en balde Michel Houellebecq, el principal escritor galo de hoy  titula dos de sus más exitosas novelas “Las partículas elementales” y “el mapa y el territorio” ).

¡Y nada más alejado de la realidad!

Cuando N.Suslov, por allá por la época de la Guerra Fría de los años 70 del siglo pasado, reinaba sobre el Partido Comunista de la Unión Soviética como su encargado de doctrina e ideología recuerdo haber leído de su pluma que el papel de los partidos comunistas del tercer mundo no era hacer la revolución, sino infiltrar las universidades y centros de investigación y evitar a toda costa el crecimiento y desarrollo de la “ciencia burguesa” dependiente del “complejo científico-militar del imperialismo”. Es que la Unión Soviética nunca llegó a tener ni la ciencia ni la tecnología para producir un escudo protector contra misiles (como alguien afirmó recientemente), que los israelitas han demostrado que si tienen, destruyendo el 70% de los misiles balísticos lanzados contra Jerusalén en estos días.

La religión Católica Romana por un lado y mas vehementemente los evangélicos radicales estadounidenses por otro han hecho su parte, no como pudiera creerse desde la cómica discusión sobre la evolución en el siglo XIX, sino especialmente desde 1958, cuando se desarrolla la píldora anticonceptiva intentando detener, sin ningún éxito en ese caso, el sexo recreativo y sin consecuencias reproductivas entre los humanos. Si, los científicos eran los enemigos y la ciencia, producto en un 90% del mundo estadounidense el peligro inminente y tenía que ser detenida. Cosa que, por otro lado, no se pudo. La Unión Soviética y su régimen totalitario desapareció y los Estados Unidos entre el año 2000 y el 2010 publicaron 3 millones de artículos científicos, compárese con los 339,164 de España  y los 212,000 de Brasil y probablemente unos 20 de República Dominicana para el mismo período,  por ejemplo.

Miremos las encuestas de aceptación de la teoría de la evolución en los propios Estados Unidos, un parámetro que nos puede hablar de la comprensión popular de la ciencia en ese país: 1982-9%, 2002- 12%, 2006-14% (Gallup) y 2011- 21% (Fox). La civilización del espectáculo es solo una apariencia, pues con poca gente entendiendo ciencia (es que no es fácil) el crecimiento científico ha sido extraordinario, para no usar una frase postmoderna como sería de coordenadas geométricas cosmológicas.

Y hoy día, cualquiera dice que fueron científicos los que lanzaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, que son científicos los que liberan gases venenosos en las trincheras enemigas,  que la política es una ciencia y que son científicos los que pretenden exterminar una hipótesis mal propuesta y nunca demostrada como es la existencia de un ser mas allá de la naturaleza conocida a quien debemos reverenciar y exaltar como hacían los antiguos persas con su Dario, su Rey de Reyes.

¡Todo lo malo se debe a la ciencia!

Olvidan que cuando políticos utilizaron la dinamita para exterminar gente, el químico sueco Alfred Nobel, su descubridor, decidió dejar toda su fortuna para que fuesen repartidos sus beneficios entre los científicos destacados por descubrir asuntos en beneficio de la humanidad y hasta entre los literatos que ilustran al mundo.

Cualquiera cree que la Declaración de Helsinki, sobre experimentos en humanos fue pensada y propuesta por otros que no fuesen científicos. Y que las normas de publicación de la Sociedad para la Neurociencia, traducida y publicada también en nuestro país por Intec y como publicación especial del hospital infantil Robert Reid Cabral, donde se establecen los parámetros éticos entre los autores de un trabajo científico, fue pensada por otros y no por los competentes en esa nueva área científica.

Y lo que hacen los políticos, los militares, los grandes capitales con los productos de la ciencia y del conocimiento y sus aplicaciones nadie se los dice a ellos; la soga se rompe siempre por lo más débil, por los científicos.

Pero claro. Todos conocemos el nombre de la última mujer de Borges y de Vargas Llosa y todos los avatares del autor del Retrato de Dorian Gray por su homosexualidad, que para la época era prohibida e ilegal en Inglaterra y nadie sabe cómo se llamaba la última mujer de Einstein (ni la primera), por qué nunca se casó Newton, ni por qué se suicidó Alan Turing, el inglés a quien debemos todo el mundo actual del computo. Y es un problema de mercadeo. Se vende y hasta entretiene todo lo que dijo Borges y más aún, muchísima gente lo entiende. Pero lo que escribió Einstein, Turing o cualquier científico normal de nuestros días, es entretenido solo para pocos, no tiene mercado de masas, no es parte del divertimento de Vargas Llosa y requiere un esfuerzo para su comprensión casi idéntico al que llevó a su realización; aunque su uso práctico nos cambie diariamente nuestras vidas.

El sueño de algunos humanistas de que su función es extremarse en conocer y dictar los límites de la ciencia y la ética y moral de sus trabajos aparenta patético y se parece bastante a la negación de la ciencia de los pasados postmodernos latino-europeos, que sin embargo, no dejaban de utilizar las palabras de caos, emergente, sistémico, nuclear y geométrico sin, en palabras personales que me dijese Mario Bunge, ¡ni siquiera saberse la tabla de multiplicar del 4!

Y hoy día ya no solo es el científico el demente. Hannibal Lecter, reconocido como el villano más terrible del cine en toda su historia, es un erudito, un scholar, como dicen los ingleses. El saber se equipara, exitosamente, con el mal. No en balde algunos hablan de que en el mito bíblico de Adán, el comer de la manzana (curiosamente en español me lo enseñaron como el Arbol del Bien y del Mal y en inglés como el Arbol del Conocimiento) no fue un simple acto de desobediencia, sino una búsqueda de sabiduría, de ser conocedores de todo, de ser como Dios. Y claro, devino en expulsión del paraíso.

El científico loco no existe. Pero ninguna figura más genuina que esa para seguir justificándonos en nuestras ligeras vidas ingenuas. Nada mejor que la irracionalidad y el desconocimiento para desgobernar pueblos e impedir el surgimiento de sus élites pensantes, para poder hacer pasar por grandes intelectuales y pensadores a políticos pequeños, villanos e incompetentes, que siempre se quieren vender como los salvadores de la humanidad.