De Acento.com.do, febrero 7 2013.
Uno se
pone a leer la prensa por costumbre. Es un hábito muy difícil de erradicar. Y
la verdad que en estos días, entre otras cositas e idas a destiempo de amigos (
que la Virgen de la Altagracia debió cuidar más, siempre cuidando a los que no
debe, es que tanto tigeraje la confunde, dice un amigo) mucho se ha escrito
sobre la memoria y sobre las memorias.
Que los
200 de Juan Pablo, que cómo fue lo de los muchachos del Km 12 (Virgilio,
perdónalos, dizque tú un agente extranjero), que lo que dijo Bosch cuando
Caracoles y si habrá aquí suficiente ciudadanía para juzgar a los que mataron a
Román, herido, indefenso y capturado.
Borges
dijo en algún lugar que en Argentina no había ciudadanos, sino individuos; y
creo que debió hablar de toda Latinoamérica.
Parecería
que los recuerdos están de moda, pero no solo en nosotros; los melómanos del
mundo celebran los 200 años de Richard Wagner y hoy 6 de febrero del 2013
Google lanza un doodle, un muñequito, celebrando el centenario de la
antropóloga y evolucionista Mary Leaky, la matrona de la familia, y quien particularmente
descubrió los restos de Homo habilis y el primer cráneo fosilizado del
Proconsul, iniciando toda una época de repensar la ascendencia de los humanos
en el planeta.
Pero
curioso, el tema de la memoria y el olvido también se deja sentir en estos días
en las neurociencias. Y extraordinario, con Borges se inicia. En el número de
noviembre de Scientific American, un artículo, Borges y la memoria por Rodrigo
Quian Quiroga, de su libro de este 2013, Borges y Memoria: encuentros con el
cerebro humano, MIT Press, nos prepara en el tema.
El
trabajo citado nos lleva a junio 7 de 1942, domingo, donde el periódico de
Buenos Aires, La Nación, en su sección de Artes y Letras, en la tercera página,
luego de una historia de Stefan Zweig y un ensayo sobre Galileo de Ernesto
Sábato aparece “Funes el memorioso” el prodigioso trabajo de Jorge Luis Borges.
Habla de Ireneo Funes, quien luego de caer de un caballo y golpearse la cabeza
adquiere el fenómeno de recordar absolutamente todo.
Como
señala Quian Quiroga, ya en 1941 al escribir en la revista Sur un obituario
sobre James Joyce, el inmenso irlandés fallecido el 13 de enero de 1941, Borges
plantea que para leer a Ulises y su reconstrucción de un solo día en la ciudad
de Dublín con 400,000 palabras, se requería “un monstruo capaz de recordar un
número infinito de detalles” donde describe a Ireneo Funes sobre quien escribía
y pensaba en esos momentos.
En un
punto Borges consideró que Ireneo, sospechaba él, no era muy capaz de pensar,
aunque había aprendido sin esfuerzo inglés, francés, portugués y latín.
El
mismo artículo nos trae el caso del paciente del neuropsicólogo ruso Alexander
Luria, Solomon Shereshevskii, sujeto S., como le llamó Luria para proteger su
identidad.
Luria
inició su estudio en 1920 y publicó sus resultados en 1968, en inglés, en un
libro llamado “ La mente de un mnemonista: un pequeño libro sobre una gran
memoria”. S. presentaba una sinestesia- una unión funcional entre sentidos
distintos- como asociar siempre un objeto que se observa a un sabor particular.
Luria expresa que no pudo encontrar los límites de la memoria de S., quien por
ejemplo, podía fácilmente recordar largas listas de números y letras años después
de haberlos escuchado. Para Luria, S. tampoco pensaba muy bien; su gran memoria
era más bien una carga que un don. No poder olvidar nada es tan terrible como
no poder recordar nada, como ocurre con los estadios finales de la demencia hoy
conocida como Mal de Alzheimer.
No deja
el autor antes citado de presentar los memorialistas del pasado, presentados
por Plinio el Viejo en su Historia Natural, quizás la primera enciclopedia que
se conoce y que era, curiosamente, de mucha estima particular a Borges. Plinio
presenta a Ciro el Grande, el rey persa, que conocía a cada uno de sus cientos
de miles de soldados por su nombre, a Scipio que conocía los nombres de todas
las personas de Roma y a Charmadas, el griego, quien podía recitar de memoria
cualquier libro que hubiese leído como si lo tuviese leyendo en ese momento,
entre otros.
Claro,
en el texto Historia Natural, de mi propiedad, donde cada capítulo (son cortos)
es comentado por quien lo tradujo al español, un erudito en su época, Don
Francisco Hernández y dedicado al rey Felipe II de España (publicado por la
UNAM de México en 1999), el comentarista, que firma como el interprete, no deja
de llamar la atención de que lo escrito por Plinio el Viejo no siempre eran
conocimientos directos y ni siquiera basados en otros documentos más antiguos,
sino de historias contadas en su época.
Y ahora
, en la edición del 21 de febrero del New York Review of Books, el conocido
neurólogo Oliver Sacks, con varios textos como éxitos de librería, nos presenta
una pieza titulada “Habla Memoria”, donde nos dice como una memoria de una
experiencia física es guardada y recordada con la misma credibilidad como otra
escuchada o leída y que hasta suponemos que nos ocurrió a nosotros y que son
las mismas vías y áreas cerebrales las que se activan para recordar “verdades
históricas” y para guardar y recordar “verdades narradas”.
Como
vemos, todo un mundo de memorias se ha estado leyendo y comentando en estos
días, algo quizás importante para un país como el nuestro que siempre ha sido
acusado de “no tener memoria”, pero que memorias de hechos o cuentos del pasado
mantienen divididos de por vida a instituciones y personas.
Hace ya
tiempo que algo sabemos sobre la memoria. Un premio Nobel en Medicina o
Fisiología, en el año 2000, fue otorgado al Dr. Eric Kandel por dilucidar con
su modelo de aprendizaje en un molusco marino los aspectos celulares y
moleculares de cómo se guarda una memoria. Lo que ahora nos preocupa más es no
como se guarda, sino como se recuerda o se olvida una memoria.
La
investigación y el conocimiento sobre cómo funciona nuestro cerebro no ha sido
un camino fácil. Baste con el ejemplo de que en 1949 la triunfante Revolución
China declaró que la “salud mental” era una ciencia burguesa, reemplazando a
los medicamentos por “lecturas” y ni que decir de la opinión de otros regímenes
totalitarios sobre la psiquiatría. No en balde Luria esperó tanto tiempo, casi
hasta su ancianidad, 1968,¡¡ para publicar un texto sobre un trabajo que inició
en 1920!! Es que el Gran Camarada Stalin y sus secuaces tenían unos juegos muy
pesados y los guardaban muy bien las personas en sus memorias.
El 12
de enero de este 2013 Scientific American vuelve con otro texto sobre la
memoria. En éste surge la pregunta ¿cómo es que personas cultas, estudiosas,
que conocen el mundo de hoy y los avances de las ciencias, sigan creyendo
(contra toda evidencia) en mitos, en curas milagrosas, en conspiraciones y
confabulaciones nacionales e internacionales sin ningún soporte, en leyendas
que a veces ellos mismos han creado?
Una
respuesta parece estar en la hipótesis de la compartamentalización del cerebro.
La idea que el cerebro es un órgano modular y que cada módulo evolucionó de
manera independiente tiene ya tiempo rondando en las neurociencias. Y así, la
información guardada en esos módulos puede ser contradictoria. Y más aún, que
nueva información en un módulo que contradiga creencias pasadas y hace tiempo
guardadas hace que estas últimas surjan con más pasión y vehemencia en la
consciencia y hasta se convierten en acciones.
El
famoso ya “pleito de las sillas” pudiera ser un buen ejemplo.
Eso sí,
ya sabemos que los circuitos que en el cerebro se activan para guardar una
memoria son los mismos que se activan para recordarla y que otros circuitos en
la misma zona cerebral, en especial en la amígdala, el hipocampo y el lóbulo
pre-frontal y otras zonas corticales deben activarse para producir el olvido.
Una revisión del tema en la revista científica Trends in Neuroscience, de enero
de este año sobre las diferencias individuales en la recuperación del estrés y
miedo postraumático nos ilustra el fenómeno.
Memoria
y olvido, dos alas del mismo pájaro, parafraseando a algunos desmemoriados.