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Tuesday, February 14, 2012

EL CEREBRO ENAMORADO

Acento.com.do; febrero 14 del 2012

Daniel G. Amen es un psiquiatra estadounidense exitoso. Posee varias clínicas especializadas y ha publicado una decena de libros. Sus obras pudiesen clasificarse como de auto-ayuda, con la salvedad que se basan en los últimos avances de la neurociencia. Ha sido premiado por sociedades científicas aunque algunos investigadores piensan que muchas de sus conclusiones y recomendaciones son una extensión muy forzada de los datos que ofrece la ciencia. Esta introducción se hace necesaria ya que el título de este artículo El cerebro enamorado es el mismo de su libro, The Brain in Love (Three River Press, 2007) y varios de los datos aquí presentados están en su citada obra. Traté de buscar otro título, pero para usar tres palabras (lo ideal en un pequeño ensayo) no encontré otras más adecuadas.

Es ya sabido. La creencia de que amamos con el corazón es herencia del pensamiento griego y la idea de que solo poetas pueden hablar del amor es del romanticismo alemán de siglos ya idos.

Hoy, en el siglo 21, no tenemos ninguna duda, es el cerebro el enamorado; es el cerebro el que está feliz y es el cerebro el que llora el desamor.

La testosterona, esa hormona acusada de ser la responsable del machismo de muchas sociedades, es también la hormona del deseo sexual y tanto en varones como en hembras. Y hoy día es señalada además de ser la hormona de la infidelidad.

Maridos de alto nivel de testosterona son  43%  más proclives a divorciarse, tener enredos extramaritales y hasta un 50% con mayor probabilidad  de no casarse nunca. Los varones con menos testosterona son los que se casan y permanecen casados, aparentemente porque esta baja producción de la hormona los hace más calmados, menos agresivos e intensos y mas cooperativos.

Pero la testosterona no anda de su cuenta. Una neurohormona de la pituitaria o hipófisis actúa sobre las gónadas para regular la reproducción: la oxitocina. También funciona como interlocutora de neuronas cerebrales y es fundamental en la formación de relaciones sociales y en la confianza que depositamos en otras personas.

Es clásico ya el estudio de M. Kosfeld y colaboradores en Suiza (Nature, 2005), comentado por nosotros en otra entrega, donde se demostró que utilizando oxitocina  en rociado nasal en varones, estos daban más dinero a “socios” en un juego simulado de una operación financiera riesgosa. “La oxitocina afecta específicamente el deseo individual de aceptar riesgos sociales que aparecen en las relaciones interpersonales” concluyó dicho autor. Y qué más riesgoso que enamorarse, diríamos nosotros. Es una apuesta social confiando en el otro. Y la oxitocina nos aumenta la sensación de “sentirnos cerca” del amado, que se quiere tocar y acariciar.

Los varones presentan menos oxitocina que las hembras, pero ojo, inmediatamente después de una eyaculación aumenta en un 500% su producción y liberación en el cerebro. Esto también nos da sueño, así como los bebes se duermen cuando reciben la leche materna cargada de oxitocina.

Por supuesto que es un riego enamorarse, pero como dijo un profesor de filosofía español recientemente, las personas nos hacemos mejores junto a otras personas.

Pero con la oxitocina aparece otra neurohormona de la hipófisis, químicamente muy parecida, la vasopresina. Funciona regulándonos la presión arterial y la cantidad de agua en el cuerpo y  también el amor.

Un reciente estudio sobre el gen regulador del receptor de la vasopresina en el cerebro señala que si tenemos una variación- el gen alelo 334- y dos copias de este alelo, con seguridad hemos tenido mayor número de crisis de promiscuidad. Aquellos que no presentan esta variación son amantes más devotos.

Y hoy sabemos qué partes del cerebro se involucran en ese sentimiento de pertenencia que es el  amor. Y algo importante: no está en un solo centro cerebral, está distribuido en núcleos de hasta distinto tiempo evolutivo. Lo que nos dice que se ha ido haciendo más y  más compleja esta interrelación a través de los milenios de nuestra evolución.

Nuestra amada está en las sinapsis de nuestras neuronas por todo nuestro cerebro y no de una manera ligera. Algunos estudios de pacientes que perdieron su memoria totalmente luego de enfermedades cerebrales, sus memorias de datos y episodios de su vida, que se guardan en el lóbulo temporal cerebral, muestran un curioso fenómeno. Estos pacientes, dos músicos en particular, recordaban algo, la música que ya sabían y como se llamaba y quien era su mujer.

Los estudiosos, Oliver Sacks  entre ellos, con un paciente presentado en su obra Musicophillia (2007, traducida ya al español por Anagrama), suponen que estos enfermos conservaban memorias de procedimiento, memorias de lo que hacemos y sabemos hacer en tiempo presente, siempre en presente. Memorias guardadas en centros neurales cerebrales antiguos evolutivamente, centros motores muy asociados a nuestras modernas áreas pre-frontales. Que buen regalo de San Valentín: nuestras amadas ya pueden estar seguras que siempre, siempre, las llevamos con nosotros, aun no las estemos pensando. El amor es como montar bicicleta: nunca se olvida.

Y claro, es catastrófico cuando perdemos ese amor. El cerebro no sabe prácticamente que hacer. Disminuyen la serotonina y las endorfinas, reguladoras del dormir, del placer, del dolor. No en balde el PROZAC (que aumenta la serotonina cerebral) ha sido un record de ventas para la industria de los fármacos.

Pero, ¿por qué nos enamoramos de una persona particular y no de otra? Muchos en neurociencias plantean hoy que pensamos gráficamente, como si las ideas fuesen fotografías. El notable científico V. S. Ramachandran, al explicar cómo aprendemos, parte de este criterio, en un artículo en The Mind (ed. J. Brockman, Harper, 2010). Por otro lado, en el mismo 2010, en ratones, científicos británicos encontraron una proteína específica en las feromonas que producía un acercamiento aprendido a un individuo particular. El cerebro de ratón es para olores, los nuestros son visuales.  Puede ser que algo así nos pase aunque visualmente y también tenemos un acercamiento aprendido a un único individuo (y cada vez que caemos en el amor lo hacemos con el mismo tipo de persona y de parecidas características físicas).

Pero el cerebro es un inventor de historias y el amor es un autoengaño.

Claro que sí. Es la manera de nuestros cerebros hacernos cumplir con la norma biológica de reproducirnos. Y al igual que todo autoengaño es más antiguo que el lenguaje, que la poesía, está en la evolución, es una estrategia de supervivencia. Es como dice Robert Trivers, ese gran teórico de la evolución y de la sociabilidad, en su The Folly of fools: the logic of deceit and self-deception in human life (Basic Books, 2011): el autoengaño es cuando la información verdadera es excluida preferentemente de la consciencia, planteando que esto ayuda a manipular a los otros. Pero siempre sabemos a quién es que preferiblemente queremos manipular.

De ahí la inmortalidad de Don Pedro Flores y su canción: “Si no eres Tú/ yo no quiero que me hablen de amor/porque nadie comprende mi amor/ si no eres Tú”.