J.R. ALBAINE PONS
Durante mis estudios
en la Unión Soviética en los veranos marchaba a Europa occidental o a New York.
Siempre se formaba una fila de gente, amigos, conocidos y no tanto, pidiendo
que les trajera cosas desde el exterior; desde libros nuevos sobre la
especialidad que cursaban y que aún no llegaban a la URSS hasta gafas de sol y
navajas de afeitar.
Mi mayor impacto fue
la vez que salí a Finlandia, en tren, en la misma ruta que realizó Lenin para
llegar a Petrogrado (después Leningrado y ahora San Petersburgo) hace hoy cien
años a iniciar la revolución bolchevique (una genialidad de Lenin de llamar a
su grupo Bolcheviques – mayoría- y a los otros del mismo partido Social
Demócrata, Mencheviques- que significa minoría- cuando la realidad era todo lo
contrario). (Así fue otra genialidad de los soviéticos el llamar a los alemanes
“nazis”, durante la II Guerra Mundial, para no tener que escribir Partido
Nacional Socialista).
La frontera entre
Rusia y Finlandia, donde el tren se detenía unas dos horas era, estúpidamente, la gran tabla de verdad de los dos sistemas
sociales. El lado ruso era un pueblo oscuro, con luces diminutas y una
cafetería sucia, igual de oscura y donde solo se vendía té y pedazos de pan con
queso rancio. Del otro lado, en Finlandia, había una cafetería que te mareaba
con sus luces, con un estanco de revistas de todas partes del mundo, una
vitrina de chocolates y mentas y goma de mascar, que con sus envolturas
brillosas reflejaban las luces del lugar y una barra que servía cervezas, café,
jugos, coca-cola y hot dogs y hamburguesas; cuando la vi por vez primera solo
pensé: Diantres se me había olvidado lo que es el brillo del mundo del capital !
Recuerdo una
conversación con mi compañero de estudios doctorales, un ucraniano de la región
de Chernobil, que después se hizo tristemente famosa y recientemente de nuevo
famosa al ser recordada desde “Voces de Chernobil” del 1997 de la escritora y
periodista premio Nobel de literatura de 2015, la bielorrusa Svetlana
Aleksiévich; le pregunté: ¿Por qué tienen Uds. tanto miedo?, si tienen todos
los cohetes y todas las bombas del mundo, ¿por qué temer a lo que diga una
revista o un periódico occidental? ¿Tú crees que después de 60 años de la
revolución y de haber pasado por un Stalin, la gente no comprende de que se
trata todo? …ʺ José, esto es una dictadura, aún no llegamos al socialismo”.
Mucho después leería
a filósofos ingleses expresando que forzar a la gente a grandes sacrificios por
un futuro desconocido e imposible de conocer, es equivalente a un genocidio.
También leería que la esposa de Lenin se ocupaba, luego del triunfo de la
revolución, solo de sacar de todas las bibliotecas de Rusia los libros de Kant,
Descartes y Schopenhauer por considerarlos peligrosos. Recuerdo que le dije a
mi amigo ucraniano…ʺTodo esto se va a caer, eso de que la Historia avanza en su
desarrollo es un mito”. Me dijo…ʺ No converses eso con nadie, mientras estés
aquí”.
Disfruté y disfruto
al leer literatura rusa, pero hoy disfruto más al leer los cuentos de Vladimir
Nabokov, que pudiera considerarse literatura rusa también, y los cuentos del
judío polaco, premio Nobel, Isaac Bashevis Singer. Me hacen ver cosas que antes
no veía y pensar cosas que antes no pensaba.
El mundo de aquel
“socialismo real” se desmoronó.
Aunque Marx llamase
socialista utópico a su predecesor Saint-Simon, fue de éste que Stalin adoptó
todas las medidas económicas centralizadas que terminaron en el parcial desarrollo
industrial de la Unión Soviética. No en balde, en el año de filosofía que tuve
que estudiar, estaban en la biblioteca científica de la universidad casi todos
los libros de los filósofos antiguos y contemporáneos (en los años 70s, para usarse
con permiso especial, no para todo público) menos los de Saint-Simon ! y de
otros pro-socialistas de su época.
Y hoy estamos a cien
años de aquel proceso que dividió en dos mitades la geografía del siglo XX
y, aunque
desaparecido, muchas de sus malas ideas, fantasiosa administración pública e
irreal lucha por derechos intangibles, idealistas e inexistentes, las leemos en
muchos de nuestros políticos e intelectuales y hasta seudo-intelectuales, que
las exigen y proclaman como si fuesen la última Coca-Cola del desierto.
Quizás por eso no he
leído nada en la prensa de nuestro país sobre los 100 años de la Revolución
Rusa, salvo una extensa proclama de un expresidente donde intenta decir algo
sin tomar partido por nada, como una mala clase de historia de bachillerato.
Hasta Martín Lutero, a sus 500 años, ha tenido más atención que esas ideas que
aquí aún desvelan a muchos y se les nota en sus planteamientos cívicos y
políticos también. Ese pasado reciente- aún presente en muchas mentes
fantasiosas- que tanto marcó al mundo entero y tanto costó a gran parte de la
humanidad.
Claro, el párrafo
anterior es sobre nuestro presente, algo de aquí, porque van por decenas los
libros que este año se han editado sobre Lenin, Stalin, los Gulags, las
revoluciones, qué logró y que no logró esa franja del centro y este europeo con
sus vidas bajo ese ideal que devino en brutales y deshumanizantes dictaduras
como las de siempre. Y no solo en otras lenguas, hoy el periódico El País de
España, acaba de recordarnos los 10 libros, tanto de autores españoles como
traducciones, que se ofrecen al público en recordación de ese hecho
incomparable y abismal que fue la Revolución Rusa, quizás algunos sean vendidos
aquí.
Ahora, claro, los
chinos dicen que su partido es el partido comunista, pero abrieron su economía,
aunque no abren el debate de ideas y parece que algo están haciendo bien,
cuando inclusive nuestro presidente una vez expresó “ que se abran cien flores
y compitan cien escuelas” , aunque se abstuvo de decir que citaba a Mao Tse
Tung y nuestros alcaldes santiagueros, tan suyos ellos, que el anterior colocó
un letrero dando la bienvenida al “ primer Santiago socialista de América” y el
actual coloca uno nombrando a las personas y empresas que no han pagado
supuestos arbitrios, copiando la actual campaña china de colocar públicamente
los nombres de los “caídos en desgracia”, como para que los chinos recuerden
que otra “revolución cultural” siempre es factible.
Así continuamos en
nuestra búsqueda de futuros posibles, con nuestra ágrafa capa pensante, que
sigue creyendo que lo que ellos no piensan no existe. Me aterra, simplemente me
aterra pensar que todos tengamos que pagar por la desidia de varios que saben,
pero que no dicen; conocen, pero no cuentan y recuerdan, pero no comunican.