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Thursday, December 1, 2011

Miedo

Diciembre 1 del 2011. Acento.com.do

 Parecería que el miedo es una emoción tan conocida de todos que no merece definirse. Pero quizás sí. Miedo o temor es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable ante algo que nos asusta o creemos que nos puede hacer daño- dice Wikipedia.

Un neurobiólogo lo define como la vía de la evolución asegurar que los animales presenten respuestas proactivas a peligros que amenazan su vida, incluyendo depredadores, animales venenosos y enemigos. El neurobiólogo prosigue: “el valor adaptativo del miedo es obvio:…hay que estar vivo para reproducirse”. D. Buonomano, en su Brain Bugs ( Norton, N.Y., 2011) dedica todo un capítulo al miedo, al discutir las fallas y dificultades de nuestro cerebro actual, y es el científico arriba citado. Nuestro cerebro se formó para temer en especial a ciertas cosas, pero hoy no tememos a los carros a 150 Km/h ni a la electricidad que va por un cable. Hace cien mil años el Homo de la sabana no tenía esos problemas. Esos miedos hay que aprenderlos.

Cuando en mis clases de Psicofisiología en la UASD pregunto a mis estudiantes qué funciones cerebrales pueden enumerar dicen las comunes: pensar, hablar, ver, soñar, dormir, sentir y otras más. Nunca me han respondido que el cerebro es el órgano que garantiza por sobre todas las cosas la supervivencia. Primero hay que estar vivos, les recuerdo, y después viene todo lo demás.

Y si bien los mecanismos cerebrales motivacionales de buscar agua, comida, controlar nuestra temperatura y órganos internos nos mantiene vivos, participando de nuestro ambiente; para interactuar con otros animales (también parte de nuestro ambiente) aparecieron las emociones, superpuestas a las motivaciones primarias.

Las emociones. Un mecanismo rápido de respuesta, las llamó Darwin. Y emociones tenemos varias. Pero resulta que sobre la que más sabemos es sobre el miedo. No es que sea la que más nos guste, es que es la más fácil de estudiar y reproducir en los animales de laboratorio. Imagínese, ¿cómo vamos a saber cuándo una rata albina presenta vergüenza, pena, alegría, agradecimiento? Pero sí sabemos cuando tiene miedo: huye o pelea en una situación de miedo.

El miedo no es solo una de las más básicas emociones, sino que parece el mecanismo “default” de nuestro cerebro. Ante una sombra en un arbusto más le conviene a la gacela huir y después “pensar” si era o no un león, que quedarse observando y estudiando la sombra hasta estar segura si es o no un león para después decidir qué hacer. ¡Hay errores fatales y la naturaleza no los perdona!

Pero el miedo es una adaptación evolutiva, si no es necesario desaparece, como ocurrió con los animales de las Islas Galápagos que al no tener depredadores eran sumamente mansos, como lo constata Darwin en su libro sobre el viaje del Beagle y lo discute en su ya clásico How the Mind Works (Norton, N.Y., 1997) el psicólogo Steven Pinker.

Al constatar que pequeños gansos recién nacidos huían de una sombra en forma de halcón y no de otra, los etólogos K.Lorenz y N. Timbergen ya en los años 40 del siglo pasado, consideraron innato, inscrito en los genes de las especies, ciertos tipos de miedo.

También se ha presentado como innato el miedo a las culebras y serpientes por los monos (y las personas). El propio Darwin lanzó una culebra embalsamada a la jaula de los monos en el zoológico de Londres y constató que casi todos los monos chillaban y huían del área donde estaba la culebra. Hoy sabemos algo nuevo: si lanzamos un modelo de culebra a una jaula de monos nacidos en cautividad no se asustan, pero si son monos nacidos en la jungla y luego atrapados si lo hacen. Y algo más, aunque los monos nacidos en cautividad no se asustan por ver una culebra, si observan otro mono una sola vez asustarse de una culebra la evitarán siempre. En cambio para que eviten otra cosa luego de ver otros monos evitarla, flores por ejemplo, deben ver muchas veces ese episodio para terminar asustados por ese estímulo. No nacen los monos con miedo a las culebras, pero si con la adaptación de aprenderlo más rápido que cualquier otra cosa.

Ya en los años 30 se sabía que la lesión de la amígdala límbica cerebral producía placidez. Así lo comunicaron en 1937 Klüver y Bucy cuando presentaron el hoy ya famoso síndrome que lleva su nombre. Luego un famoso laboratorio canadiense de psicofisiología era reconocido por tener un puma caminando como un gatito manso luego de lesionarle el núcleo amigdaloideo de su sistema límbico  cerebral.

El miedo no solo se estudia por observación natural. La formación de miedo condicionado es hoy ya un instrumento de mucho uso en los laboratorios de neurociencias. Una de mis mayores satisfacciones intelectuales de toda mi vida fue cuando mi compañero de laboratorio durante mis estudios doctorales me dijo: “José, ven a ver estas ratas”.

Investigábamos la formación de miedo condicionado o condicionamiento de evitación activa, como le llamábamos, en ratas en la cámara de evitación de doble vía. Un choque eléctrico leve recibían por las patas las ratas luego de un timbre sonar por diez segundos. Los animales escapan al choque eléctrico entrando a una cámara adyacente que no está electrificada. Ratas controles, esto es, normales, sin ninguna manipulación previa, aprenden a pasar a la cámara contigua antes de los 10 segundos, evitando así el choque eléctrico, a las 40 presentaciones de ambos estímulos más o menos. Han aprendido un miedo condicionado al sonido que señala el choque eléctrico y cruzan al otro lado evitando así ambos estímulos.

Las ratas que me enseñaba mi compañero no cruzaban a la otra cámara durante el sonido. Siempre esperaban el choque eléctrico para hacerlo.

Investigábamos los núcleos de la amígdala límbica y el hipotálamo medio y su relación en alimentación y emocionalidad. Ya conocíamos el rol de la amígdala en la conducta sexual y en cierto tipo de memorias. Le pregunté “¿y dónde están lesionadas estas ratas?”. “En el núcleo lateral amigdalino casi exclusivamente, pero no hacen nada, ni se enteran del timbre”. 220 presentaciones de ambos estímulos (10 diarios) y los animales como si nada, como el primer día.

Luego entrenamos ratas en el reflejo y después lesionábamos la amígdala- esperábamos que desapareciera el reflejo; pero nada otra vez. La amígdala lateral era esencial para aprender el condicionamiento al miedo, pero luego de aprendido no lo alteraba.

Una noche nos sentamos a celebrar y a discutir…que la amígdala esto, que la amígdala aquello. “Pero no puede ser, la amígdala no puede estar en todo, no es Dios”, dijo mi compañero de laboratorio. Otro amigo que nos acompañaba se reía y nos dijo: ʺUstedes están como los matemáticos cuando resuelven una nueva ecuación…siempre creen que encontraron a Dios”.

Eran los años finales de los 70 del siglo pasado, un pequeño grupo en la Universidad de Kiev, nosotros, estudiábamos la amígdala límbica, también otros grupos en Israel; en Granada, España; en China y en Montpelier en una universidad francesa. En los años 90 la amígdala límbica hizo boom en Estados Unidos y hasta un documental de una hora sobre el cerebro vi en Discovery Channel sobre la amígdala límbica el año pasado. Recientemente ya las neuronas de la amígdala lateral responsables del miedo condicionado han sido identificadas y sus neurotransmisores también. Casi 30 años después. Ese es el paso lento, pero seguro, del conocimiento científico.

Con la amígdala límbica, una estructura evolutivamente vieja en el cerebro, aprendemos a temer y su mensaje es llevado al lóbulo pre-frontal y al cíngulo para interpretar nuestros miedos. Un sicópata es alguien sin miedo. Su amígdala límbica es 17% menor que en las personas normales y las conexiones de ésta con el lóbulo frontal son casi inexistentes.

La amígdala es esencial para tener miedo, para aprender a tener un miedo específico, para reconocer el miedo en el rostro de otra persona y para asociar una palabra-miedo-con sensación de peligro inminente.

Ahora bien, si utilizamos la palabra miedo, todos sabemos de qué estamos hablando. Pero si decimos “inseguridad ciudadana” podemos entender el significado semántico (muchos, no todos) pero se escapa el significado emocional del término. ¿Es dicho término un uso “sofisticado” para que no sepamos de lo que se habla? Puede ser, aunque todas las encuestas que se han realizado aparece como el problema número uno, o el segundo, que percibimos los dominicanos.

¡Y percibir el miedo es sentir el miedo!

¿O alguien se cree que utilizando la palabra “sicario”, de poco uso en nuestro país hasta muy reciente, en vez de “asesino a sueldo”, va a disminuir la sensación de horror de la segunda acepción?  Para muchos analfabetos y personas de poca cultura quizás, aunque sí se le elimina el componente emocional de miedo aprendido que tiene “asesino a sueldo” y pudiéramos pensar que su uso es políticamente de mala fe.

Miedo es lo que siente el país entero. Los pobres en sus barrios de miseria y los ricos en sus torres. Los estudiantes cuando vuelven de noche a sus casas y las mujeres y los varones cuando andan en las calles; los civiles en sus afanes diarios y los policías y militares cuando prestan sus servicios. Todos tenemos miedo. De los asaltos, de los asesinatos, de los abusos, del tránsito. Un país bajo miedo no es un país ni en desarrollo, ni en paz ni en nada. O como dijo el filósofo español Fernando Savater recientemente:” Vivir bajo la regla arbitraria del poder institucionalizado o de un poder ideológico y partidista no es vivir”. No queremos llegar a pasar lo que Adam Krug, en Barra siniestra de Vladimir Nabokov, tuvo que vivir.

Y si F. D. Roosevelt en su primer discurso público al ser elegido Presidente de los Estados Unidos en 1933, luego de la catástrofe económica de 1929, dijo: “De lo único que hay que tener miedo es del miedo mismo”; bien harían los candidatos a las elecciones generales del venidero año en decir cómo nos van a quitar este miedo, que ellos con sus incontables escoltas y guardaespaldas son los primeros en mostrar.