J.R. Albaine Pons
Acento.com.do, 16 de febrero 2017
Acento.com.do, 16 de febrero 2017
El
propósito básico de la ciencia es aumentar nuestra comprensión del mundo en el
cual vivimos y al mismo tiempo de nosotros mismos; aunque en la mente del gran
público los descubrimientos de nuevos hechos constituyen el símbolo de la
ciencia, o por lo menos así parece.
Pero es
que la acumulación de datos y hechos, aunque muy importante en el pensamiento
científico es solo una orilla del camino. Si los descubrimientos nos llevan a
la formación de nuevos conceptos o al cambio y afinamiento de conceptos ya
conocidos y usados, entonces si hay un aumento de comprensión.
En
cursos de enseñanza básica y media y hasta en niveles universitarios se tiene
una extraña lógica de nuestra comprensión del mundo y por ende de la historia
del desarrollo del fenómeno humano.
Recuerdo
que nos enseñaban a Sócrates, a Platón, a Aristóteles (tengo amigos y conocidos
que así se llaman), entonces el Imperio Romano y su conversión en el Sacro
Imperio Romano. Se continuaba con algo de las tribus bárbaras para pasar a la
Edad Media y Santo Tomás de Aquino- quien demostró sin duda alguna la Gran
Existencia de Dios, decía un profe que escuché –y de aquí pasar al Renacimiento
y el gran resurgir de las artes y en especial de la pintura y la escultura. El
pensamiento humano comprendía más cosas- o así nos lo dejaban entrever, cuando
no se afirmaba de manera explícita- cuando llegamos a Descartes y sus maquinas
y a E. Kant y su filosofía alemana: la visión francesa y alemana del mundo.
A
niveles post-educación secundaria nos lanzaban a Hegel y a los jóvenes
hegelianos de izquierda para encontrarnos con unos Marx y Engels grandiosos,
planteando que la filosofía era para transformar al mundo. Seguro que mi profe
no sabía que al entierro de Marx solo fueron 10 personas.
Y
seguimos conociendo más filósofos alemanes y franceses y al ir
descomponiéndose nuestra juventud
comenzaron a aparecer los textos de Camus y de Sartre, como lo último en el
progreso de la comprensión humana. A veces destellos de Unamuno y mucho del “Yo
soy Yo y mis circunstancias” y algo de José Ingenieros que nos llegaba del Sur.
La
dictadura fascista de Francisco Franco en España, el PRI “revolucionario” de
Méjico y los tumultos de Argentina y sus guardias y peronismo eran los filtros
y censuras de los libros que nos llegaban en las postrimerías de Trujillo y en
los primeros años sin El.
En
algunos ámbitos no era el mundo de los filósofos lo que valía, sino el
literario. El descubrimiento de Borges, de Neruda con su izquierdismo de buena
mesa, la insurgencia del BOOM, con La Maga, García Márquez y La Guerra del Fin
del Mundo y La ciudad y los Perros de Vargas Llosa y una revolución cubana que
nos llenaba de panfletos eran la cima de alguien que quisiera “entender” algo
de lo que era el mundo. Hasta un librito con versos y poemas del Presidente Mao
era un bien demasiado valioso para prestarse, aquellos que lo tenían te podían leer algunos versos y permitían que vieras el libro en sus manos
y siempre por corto tiempo.
Ah, y
claro, libros de Historia, de todas las historias. Aún conservo un libro: La
Historia del PCUS, edición de 1956, de uno de nuestros líderes de entonces,
todo subrayado, aunque con escasas anotaciones al margen, líder que pasó los
años de Balaguer más preso que suelto, pudiera decirse, y que dejó el libro
abandonado en nuestra pensión de estudiantes un día que tuvo que salir huyendo por el patio.
Por
otro lado encontramos a Pitágoras en las clases de geometría, pero nunca nos
hablaron de una “escuela pitagórica”. A Arquímedes le conocimos en química y a
Galileo y Newton en física, pero no como gigantes de la cultura y el progreso,
no; sino como fórmulas que teníamos que memorizar para pasar el curso.
Nunca
se nos decía que Galileo expresaba que
su trabajo era desmontar los mitos de Aristóteles y que fue llevado a prisión
domiciliaria de por vida por defender los argumentos de Copérnico, que expulsaban
al planeta Tierra del centro del universo, convirtiéndolo casi en planeta cualquiera.
De la
transformación que produjo la física y del papel de la máquina de vapor, del
discurso de Darwin para expulsar a los humanos del centro de la Creación y
apagar la idea de que estábamos hechos a imagen y semejanza del dios
abrahámico, a menos que éste tuviese forma de un primate – y de un primate
aburrido, como recién señaló S. Hawking, pues si ya todo lo sabe nada le queda
por averiguar ni descubrir- nunca nadie nos dijo nada. No había libros sobre
esas cosas.
“La Familia,
La Propiedad Privada y El Estado” de Federico Engels, era lo más cercano a una
lectura de alguna ciencia que aparecía y , por ejemplo, La Sociedad Abierta y
sus Enemigos, del 1934, de Karl Popper, todavía hoy no aparece muy fácilmente (
aunque está en la Biblioteca del Intec), y muchos si citan sus trabajos sobre
la lógica de la investigación científica; y sobre los pensadores británicos y
norteamericanos del siglo XX nada aparecía y nada se sabía y no preguntemos
sobre Isaiah Berlin y sus ensayos sobre la Historia de las Ideas. Nadie aquí lo
conoce.
Había
una visión religiosa fundamentalista sobre los Estados Unidos, era el Imperio,
el enemigo malo, Satanás y como estaba tan cerca era mejor no intentar
entenderlo, ni, por supuesto, aprender inglés. Uno de los últimos payasos de
nuestra América fue a New York, a las Naciones Unidas a iniciar su discurso
diciendo que el olor a azufre todo lo inundaba; para los despistados, es el
olor del infierno.
Einstein
fue conocido y reconocido por aquello de que “todo es relativo” y no muchos
niños por estos lares fueron bautizados con el nombre de Alberto en su memoria.
A. Einstein era casi un tío folclórico como esos que cada familia tiene y nada
más.
Y la
comprensión del mundo se nos hacía más lejana y oscura. Hasta nuestros
estudiosos y eruditos, que los hubo, preferían una cosmovisión del mundo
mitológica de ángeles y arcángeles,
que
observar lo que pasaba en el mundo, ese ancho y ajeno mundo, que no termina en
el malecón de Santo Domingo, sino que ahí se inicia.
Y así,
hoy de repente España nos llena de libros en castellano de todos los gustos y
colores, México intenta no esconder más a Fernando del Paso y desde el Sur nos
llegan nuevas ideas,
básicamente
literarias y hasta filosóficas con un Don Mario Bunge, que aunque nos disguste
hay que conocer.
Y nos
llega la Internet, con periódicos y revistas de todo el mundo y la cultura
anglo-americana se desborda y, de pronto, rápido hay que leer inglés y
empezamos a vernos en los últimos lugares de la educación, de la salud pública
y privada, de la transparencia y de la seguridad ciudadana, de la justicia y de
la corrupción. Y hasta jugamos a indignarnos y asombrarnos cuando las medidas y
las evaluaciones de los indicadores nos colocan en el justo lugar en donde
estamos.
Pero
claro, somos optimistas, estamos en mayoría entre los diez mejores peloteros de
las grandes ligas ( y fíjense ustedes, jugar pelota es la única actividad en
este nuestro país, donde se cumplen todas las reglas…no importa si es con una
pelota de goma tirándola contra la pared, con una tapita de botellón de agua y
un palo de escoba o en partidos caimaneros en los campos con pocos útiles pero
si con apuestas de dinero que ponen todos los jugadores; no busque otra
actividad que cumpla con las reglas, que no la hay).
Y
también entre los países envueltos en el genocidio de Odebrecht, cuyos socios
han robado tanto a los pueblos de Latinoamérica, que ya no es solo contar
culpables – apuesto a que también en eso somos de los primeros- sino el número
de fallecidos por falta de medicinas, de médicos, de alimentación, de
seguridad, de tránsito que tenemos por falta de dinero para invertir sabia y juiciosamente
en esos acápites de gasto social, pues el dinero se lo llevaron “ellos”, como
decía aquí la gente en época de Trujillo, los rusos de a pié en épocas del
comunismo y aún hoy también como lo escuchamos en cubanos y
venezolanos….”ellos”.
Que
nuestros niños se inicien en la escuela conociendo a Pitágoras, a Euclides y a
Arquímedes como los griegos que iniciaron el camino de la comprensión del
mundo, que la historia de la cultura trate a Newton, a Darwin y a Einstein como
se debe por la inmensidad de sus obras y que el despegue científico-tecnológico
de la segunda mitad del siglo XX se le muestre a nuestros hijos a la
par-mínimo- que nuestros guerrilleros-dictadores y dictadores –guerrilleros,
quizás sea una buena forma de recomenzar, quizás.
Es que
lo único que ha progresado en los últimos cinco mil años de la humanidad es la
ciencia, no la política, ni las humanidades, ni la filosofía y si aceptamos que
la cultura es lo que nos ha hecho más humanos entonces es la ciencia la
cultura.