La vieja y fea
lechuza vuela sigilosamente por las noches intentando atrapar sus presas,
principalmente ratones. Los ojos de las aves presentan mayor cantidad de
receptores de luz (conos y bastones) que cualquier mamífero, por milímetro
cuadrado de superficie. En otras palabras, los visión de las aves es por mucho,
mejor que la nuestra. Además, internamente en el ojo presentan una especie de
peine (el pecten) que entre otras cosas ayuda a detectar movimiento y en las
aves nocturnas, como nuestra fea lechuza, hay mas bastones, que son los
encargados de la visión bajo poca luz, que conos. También sus ojos son
tubulares y están de frente en la cara; pueden así tener visión estereoscópica.
Es lo que nos permite a nosotros (y a
muchos otros primates) la visión en perspectiva.
Pero si colocamos una vieja y fea lechuza frente a un espejo verá a otra lechuza. Tan vieja, fea y plegada como ella. Nunca se verá a sí misma.
Esto hizo Charles
Darwin con un orangután del zoológico de Londres. Le puso frente a un espejo y
describió sus reacciones. No las comprendió muy bien.
Algo más de cien
años después, y leyendo lo que intentó Darwin, un psicólogo norteamericano,
Gordon Gallup (nada que ver con las encuestas Gallup internacionales, ni con
las encuestas Gallup de aquí) repitió el experimento, pero con un mejor diseño,
en cuatro chimpancés preadolescentes.
Resultó que los
chimpancés, luego de unas 40 horas frente al espejo (varias horas al día), se
reconocen en el. Mucho se ha discutido al respecto, pero hoy día la prueba del
espejo se tiene como un indicador de autoreconocimiento individual, que es lo
que la neurociencia reconoce como
consciencia.
Consciencia es
una palabra de múltiples significados, polisémica, según los entendidos. Tirar
una cáscara de guineo por la ventana de una yipeta en movimiento es un gesto de
ausencia de consciencia social. Mandar a alguien a infamar a un colega es
ausencia de consciencia ética. Estar anestesiado es estar inconsciente, según los
médicos.
Pero la
neurociencia piensa la consciencia como el autoreconocimiento. Soy consciente
si se quien soy y que soy distinto de todos los demás. Si se que el dolor que
siento es mío y de más nadie. Que el amor que siento, yo lo siento. Consciencia
es mi Yo, mi unicidad; mi ego, si se quiere.
Los humanos nos
iniciamos en la consciencia alrededor de los dos años. El niño se reconoce en
el espejo y no piensa que, como la vieja lechuza, es otro niño el que vive
dentro del espejo. El infante humano comienza así a expresar pertenencias. ¡Eso
es mío! Y a muchos no les gusta repartir, y algunos siguen así toda la vida, se
convierten en comesolos.
Otros animales
pasan la prueba del espejo, pero solo los adultos o casi adultos y luego de muchas
horas frente al espejo: gorilas, orangutanes, algunos monos, delfines,
elefantes y las urracas, un ave familia de los cuervos y azulejos. La idea es
que hay que tener mucho cerebro (en
relación al peso corporal) y este debe de ser muy interconectado, muy complejo,
para producir esa función.
A propósito, no hay espejos en la naturaleza. Se imagina Ud. lo que es pasarse la vida “sabiendo que Ud. es Ud., pero ¿sin saber nunca que es lo que Ud. parece?”. Fue una gran invención humana eso de los espejos. No fueron tontos nuestros indios cuando cambiaban oro por espejitos, pues se veían tal cual eran, cada uno de ellos por vez primera y tuvieron de repente una mayor y más acabada consciencia de sí mismos. Eso no fue poca cosa y, creo yo, bien valía el oro que simplemente brillaba por ahí.
“Darwin no tiene
mucho que decir para solucionar el problema de la consciencia y no veo
demasiado avance en las explicaciones científicas sobre el tema” dijo el
arzobispo de Canterbury Rowan Williams, en su reciente diálogo con el biólogo
Richards Dawkings sobre “La naturaleza del ser humano y la cuestión de su
origen último”.
El arzobispo no hizo su tarea.
Son miles los
artículos científicos sobre este problema y varias las vías de búsqueda del
entramado cerebral preciso donde ocurre este fenómeno que llamamos consciencia
en los humanos.
Desde los
estudios de Derek Denton (El despertar de la consciencia, Paidos, 2009; Oxford
Univ. Press, 2005) donde señala a la circunvolución del cíngulo como
fundamental en nuestras percepciones personales de sed, hambre, calor, miedo,
sueño; los trabajos de Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias de Investigación
Científica y Técnica 2005, con sus estudios sobre el área del lóbulo parietal
dorsal que en tiempo real recibe todas las sensaciones y movimientos de nuestro
cuerpo ( El sentimiento de lo que ocurre: cuerpo y emoción en la construcción
de la consciencia, Harvest Book, 2000 y Self comes to mind, Pantheon 2010);
hasta los 25 años de estudios, investigaciones, artículos científicos y libros
de Francis Crick -1916/2004- (el mismo
de Watson y Crick, los descubridores de la estructura del ADN, y que todos una
que otra vez hemos escuchado mencionar) que como biólogo molecular y biofísico
se dedicó a las neurociencias enfocando el estudio de la consciencia a través
de la visión y del lóbulo occipital cerebral.
Mala fe del
arzobispo de Canterbury (¡otra vez!) al proponer que es a través de “esa
consciencia” que un ser sobrenatural existe e interviene en nuestras vidas.
Bueno, mala fe o desconocimiento, pero con idéntico resultado: no sabía de lo
que estaba hablando; y es que resulta imposible hoy día defender razonablemente
la hipótesis de un Dios, que además de creador (discusión con los físicos), nos
interviene nuestras mentes (discusión con la neurociencia).
Preparaba y
pensaba este artículo cuando encuentro en la literatura algo muy extraño que
rara vez ocurre: dos ensayos, uno en Scientific American Mind & Brain
(abril del 2012) y otro en The New Scientist (abril 20 del 2012), ambas
revistas de alta divulgación científica de reconocimiento mundial y ambos ensayos
escritos por el mismo autor, Cristof Koch. C.Koch fue el coautor de los últimos
libros de F. Crick y su principal colega (y alumno) durante los 25 años de
investigaciones sobre la consciencia humana.
Koch dirige
actualmente un nuevo proyecto en el Allen Institute for Brain Science en
Seattle de 10 años de duración, con cientos de investigadores de diversas áreas
del mundo y que ha recibido 300 millones de dólares para los primeros cuatro
años.
Ambos ensayos de
Koch son una clara respuesta al arzobispo de Canterbury y su “punto” de
integración humana y religiosa. Claro, Koch sabe lo que es ser políticamente
correcto, no menciona la discusión para nada, (si no, nunca hubiese conseguido
un instituto de 300 millones en ninguna parte) y no deja de plantear que aunque
estudia comprender la consciencia (su ensayo se titula “Nos acercamos más a la
consciencia en el cerebro”) “nunca ha perdido el sentido de vivir en un
universo mágico” y que su Dios está más cercano al de Baruch Spinoza que al
pintado por Miguel Angel.
Como van las
cosas pronto veremos a Spinoza como el filósofo más universal de todos los
tiempos, para alegría de mi buena amiga Elsita Saint-Amand de Díaz Carela.
Todavía nos falta
tiempo, a gran parte de la humanidad, para comprender a plenitud el real
significado de lo que la ciencia de hoy nos está diciendo. Cien años dijo Noam
Chomsky, en una conferencia que nos dictó hace un tiempo en el Intec, que nos
faltaban.
De lo que si estoy seguro es de que esta nuestra época será vista en el futuro, no como el siglo de la comunicación, ni de la Internet, ni de la libertad, ni del desarrollo. Será reconocido como “el siglo donde comenzamos a entender lo que somos”. Apuesto a eso. Y la vieja lechuza seguirá viendo otra lechuza cuando en doscientos años más la coloquen frente a un espejo. Los humanos sabremos más que eso y viviremos en consecuencia una más plena y mejor vida