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Sunday, May 6, 2012

violencia y cerebro

A diferencia de otros primates estudiados, muy probablemente no existan grupos humanos exclusivamente violentos o pacíficos todo el tiempo y en todas las circunstancias, pero sí podemos encontrar individuos exclusivamente violentos o exclusivamente tímidos. Nos preocupan más los primeros, por el daño que pueden causar a otros y a ellos mismos. Por muchas razones, nos parece que la mayoría de los humanos son más bien pacíficos gran parte de sus vidas y han desarrollado estrategias adecuadas para resolver conflictos. De hecho, nuestras principales hormonas liberadas bajo estrés se corresponden con la de mamíferos sociales  dados a la huida y no al ataque.

¿Entonces, por qué algunos individuos son tan violentos? La violencia nace en el cerebro y este termina de formarse al llegar a adultos, con una intensa fase de formación de conexiones en los primeros años de vida.

A mediados del siglo XX se realizó un estudio hoy clásico: Harry Harlow en la universidad de Winsconsin expuso monos recién nacidos a madres sustitutas de alambre o de alambre forrado con alfombras. Al llegar a adultos, los monos así criados presentaron conductas desviadas, eran retraídos y en especial altamente agresivos. Algunos, cuya madre sustituta se movía de lado a lado, “meciendo” a las crías, al llegar a adultos presentaban las conductas violentas más atenuadas. En ese tiempo no se asoció este hecho a nada especial; el movimiento desarrollaba el cerebelo y éste no jugaba ningún papel en conductas emotivas y no se investigó más el asunto. Hoy sabemos cosas nuevas.

El cerebelo, que inclusive es clave en ciertos tipos de aprendizaje, tiene muchas conexiones con núcleos del tallo cerebral responsables de las principales vías de serotonina, noradrenalina y dopamina, importantísimos neurotransmisores, estas vías  llegan al sistema límbico cerebral y a la corteza premotora, que intervienen en muchas de nuestras conductas, incluyendo aquellas de escape/ataque frente a peligros y estresores ambientales.

Una investigación hoy ampliamente citada, el estudio Dunedin, de Nueva Zelandia, da seguimiento a 1000 niños nacidos en 1972-73 hasta hoy. El dato fundamental encontrado, en el aspecto del estudio de la agresividad, es que el maltrato a niños en la primera infancia los hace propensos a cometer crímenes y conducta antisocial cuando adultos. La neurociencia no se ha quedado atrás. El abuso a menores produce un estrés (una respuesta del organismo) que varía el desarrollo cerebral apropiado, y en menores de cinco años, el cambio resultante puede ser catastrófico.

El abuso físico y sexual en menores produce cambios notables en el electroencefalograma de entre un 70-77% de los niños. Además aparecen cambios de tamaño en el hipocampo y la amígdala límbica, núcleos correlacionados estrechamente con la agresividad. Ambas áreas límbicas varían sus conexiones con el lóbulo prefrontal, cuya estimulación experimental disminuye la agresividad en todos los mamíferos y  es considerado responsable del auto control y auto-disciplina; área inhibida durante la etapa de ritmo MOR (considerada como la responsable de los sueños) mientras dormimos.

Por otro lado, los niños abusados procesan las emociones negativas sólo en el hemisferio derecho, mientras el resto de la población lo hace con los dos hemisferios y en niñas abusadas sexualmente disminuyen las conexiones del cuerpo calloso (principal vía de unión de los hemisferios cerebrales), fenómeno que también se observa en varoncitos si  son desatendidos. Y agreguemos a todo esto que hoy sabemos que la agresión, así como la avaricia, activa los centros de placer o recompensa, los mismos que son activados por las drogas recreativas ilegales.

La genética agrega otro componente a este escenario: la actividad de un gen responsable de la síntesis de la enzima MAOA (monoaminoxidasa), la responsable del tiempo de actuación de los neurotransmisores serotonina, noradrenalina y dopamina antes citados. El gen tiene cinco variantes, de las cuales se han investigado a profundidad dos: la variante que produce bajos niveles de la enzima ( presente en el 30% de los varones) y la que produce los niveles más elevados, presente en algo más de un 60% de los varones humanos estudiados.

Un 35% de los niños maltratados del estudio Dunedin y con una MAOA elevada, realizaron conductas antisociales, pero la unión de maltrato con genes de baja producción de MAOA resulta en un 80% de individuos con conductas antisociales y más de un 30% de ellos fueron condenados judicialmente, responsables de actos muy violentos. En el 2005, otros estudios corroboraron estos datos. No estaba muy equivocado el famoso psiquiatra Hans J. Eynsek, cuando en los años 60 del pasado siglo proponía que la criminalidad era altamente heredada, un balde de hielo en una época que creía que todos los males eran sociales, y que por supuesto hizo que nadie le prestase atención.

Hoy se acepta que el maltrato infantil aumenta en un 50% la probabilidad de volverse criminal, pero no todos los niños maltratados lo son, su genética los defiende.

Se habla de varios factores que predisponen a la violencia en estos estudios: cuidado parental duro e inconsistente que no premia las acciones buenas, familias en conflicto, cambios repetidos de la principal persona que cuida al niño y un solo padre/madre. Por lo general los niños hablan tarde, tienen dificultades de aprendizaje, son hiperactivos, impulsivos y muestran ira. Una primera falta grave (o arresto en sociedades desarrolladas) entre los 7 y los 11 años es uno de los indicadores más seguros de una continua conducta ofensiva cuando adultos.

Pueden llegar estos niños abusados a presentar el desorden de personalidad limítrofe (Border-line): ven las cosas sólo en blanco y negro, colocan personas sobre un pedestal para luego de una pequeña falta posterior crucificarla. Presentan explosiones volcánicas de ira y episodios transitorios de paranoia o psicosis. En su vida llevan una historia de relaciones intensas e inestables, se sienten vacíos e inseguros de su personalidad, se convierten en hiperreligiosos temporales y pueden tener ideas suicidas.

El dato reciente de la extrema violencia contra niños en nuestra América, 9 niños muertos cada hora, principalmente por violencia doméstica, nos indica que en el futuro los sobrevivientes de dicha violencia serán la fuente a su vez de una mayor violencia social.

La exposición a un fuerte estresor temprano en la vida, acompañado de un genotipo particular genera efectos neurobiológicos y moleculares que alteran el desarrollo del individuo de una manera adaptativa, preparando su cerebro adulto para sobrevivir y reproducirse en un mundo peligroso. Que haya sido su estrecho nicho social el peligro, y no toda la sociedad, puede entonces producir un individuo mal adaptado, violento y peligroso o puede retardar profundamente su desarrollo, como el caso de los niños abandonados en los orfanatos de Rumanía, caso ya famoso, o en lo literario el caso de Yilal Gravoski, el niño de Simón y Elena, adoptado en Viet-Nam y que era mudo sin ser sordo, por el trauma de una guerra que nunca entendió, en la novela de Mario Vargas Llosa “Travesuras de la niña mala” (Alfaguara, 2006).

La expresión por mí escuchada en una entrevista de un alto funcionario gubernamental encargado de la represión legal de la violencia en nuestro país, expresando que si él fuese hijo de una familia paupérrima fuese un ladronzuelo, es no sólo patética, sino infundada, salvo que él sepa porqué lo dice. Tenemos más de la mitad de la población por debajo del índice de pobreza y no me parece que  todos esos niños sean violentos y ladronzuelos, al contrario, están en las escuelas y llenan nuestras universidades.

Los llamados a cero tolerancia contra la violencia infantil y doméstica en general no son un grito en el vacío. Es la opción más acorde con lo que nos muestra hoy todo el avance científico de los últimos 50 años para constituir una política preventiva de la criminalidad y la violencia antisocial.