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Wednesday, January 3, 2018

LA CIENCIA COMO EVIDENCIA EN LAS POLITICAS PUBLICAS


J. R. Albaine Pons
Publicado en Acento.com.do, enero 2 del 2018. 

El conocimiento científico se considera “evidencia” cuando dicho saber se emplea en apoyo de propuestas relevantes para políticas públicas. La “evidencia” no solo está en el mundo donde se produce ciencia, emerge en el mundo civil de las políticas públicas, donde es interpretada, obtiene sentido y uso en los argumentos de dichas políticas*.

Hay campos de la ciencia especializados como la psicología social, economía conductual, teoría de decisiones, sociología, psicología organizacional y otros cercanos, como la neurociencia, que deben investigar el uso y las aplicaciones del conocimiento científico en la construcción e implementación de políticas públicas. Y quisiéramos agregar que estos temas y estas especialidades también deberían formar parte del abanico de estipendios de investigación que otorga, por concurso, nuestro Ministerio de Educación Superior, Ciencias y Tecnología anualmente.

No pueden existir, por ejemplo, políticas correctas, funcionales y exitosas de género, transporte, educativa, penitenciaria, de agua y reforestación, si no sabemos lo que dice y dispone la ciencia para la transparente y precisa formulación de dichas políticas.

Las palabras, “populistas latinoamericanas” como las han catalogado recientemente, “alternativas”, “populares” y “costumbristas” son solo discursos del poder y del anti-poder que aspira a poder. Son lugares comunes del mundo del mercadeo político y de la ilusión. Parece que solo las políticas públicas basadas en evidencias resultan (o por lo menos pueden ser evaluadas en sus medios/fines y mejoradas o descartadas) pues sus instancias de ejecución presentan parámetros e indicadores medibles objetivamente.

Tomemos por ejemplo la reforestación.

No pasa una semana sin que la prensa nacional nos presente a empleados y relacionados de un banco, una empresa turística o industrial “sembrando arbolitos”.  Instituciones oficiales también participan de dicha práctica y todos sus empleados tienen que ir, por supuesto. Claro, para ellos es un día de campo, les proporcionan alimento y casi siempre gorras y camisetas que sus hijos disfrutarán después. Y hasta si tienen suerte ¡salen en una foto en algún periódico!
Pocas veces se analiza si lo que se siembra es lo que se debe sembrar. Supongo que hay empresas de “producción de arbolitos” que les va muy bien con esa “cultura”, con esa “filosofía”, con esa política pública de reforestación. Y es que la reforestación no es simplemente una práctica agrícola, sino todo un proceso de restauración ecológica, que no es tan simple.

Veamos un ejemplo notable, que incluso circula por las “redes sociales” (palabras populistas no ya latinoamericanas, sino globales).

En 1995, 14 lobos fueron reintroducidos en el Parque Nacional Yellowstone (el primer parque nacional en los Estados Unidos). Los lobos comenzaron a cazar ciervos, disminuyendo así su número y estos a su vez empezaron a evadir las zonas de los lobos. La ausencia de ciervos hizo que las plantas, árboles y arbustos, volvieran a crecer en esos lugares. Alamos y sauces comenzaron a florecer y con sus frutos llegaron insectos y gracias a ello varias especies de aves regresaron al parque nacional. El incremento continuo de plantas atrajo aún más y diversas especies de aves. Los castores, que habían desaparecido de la zona, volvieron y a sus diques arribaron roedores y reptiles. Los lobos también cazaron coyotes y esto logró que las

poblaciones de conejos y ratas aumentaran y como resultado trasladó a la zona a zorros rojos, comadrejas, tejones y halcones. Hasta las águilas calvas, símbolo de los Estados Unidos, aumentaron su población.

Con un mayor y mejor equilibrio entre depredadores y presas otros animales volvieron y el incremento de vegetación detuvo la erosión y estabilizó las márgenes de los ríos. Los cauces se estrecharon y los ríos consiguieron fijarlos y se formaron más charcas y lagunas. Los lobos no solo trajeron un nuevo equilibrio al parque, sino que hasta cambiaron su geografía.

 Nadie predijo esto cuando liberaron los 14 lobos en 1995. Ha sido toda una lección. Y no fue acción de la Sabia Madre Naturaleza, fueron los 14 lobos reintroducidos.

Claro, nuestros bosques no tienen lobos (todos están en la Capital y uno que otro en Santiago y otras ciudades), pero si sumamos todos los millones de arbolitos que se han sembrado en nuestro país desde 1995 (el año de los lobos) cada dominicano tuviese ya tres pinos y dos caobas creciendo en cada sala de nuestras casas.

Algo no está resultando. Nuestros bosques y parques nacionales siguen deforestados.

Es que si Ud. siembra 100 arbolitos en una loma y no vuelve mas por ahí, de seguro que 95 se secarán por falta de lluvia ¡y los otros 5 servirán para hacer carbón! De hecho, las estadísticas indican que de cada 100 plántulas sembradas solo 10 con suerte llegan a convertirse en árboles.

Nuestros bosques y parques están invadidos de perros y gatos asilvestrados y el equilibrio se destruyó hace ya mucho tiempo. ¡Hoy viven más pericos y cotorras en nuestras ciudades que en nuestros campos!

Y entonces… ¿qué hacer? (y no se vayan a creer que es la pregunta del famoso libro de V. Lenin de ese título, en realidad Lenin tomó el nombre de la novela de Nikolái Chernyshevski [1828-1889] así titulada, y tampoco me refiero a la novela).

Nuestro problema no son los lobos, sino los seres humanos y sus animales domésticos.

Si yo viviera en la cima de una loma de la cordillera Central, ¿cómo le voy a hacer caso a alguien que viniera a decirme que no corte árboles? Y que cuando yo le pregunte por qué, se me responda: “para que en la Capital y Santiago las personas puedan bañarse dos veces al día y lavar sus carros y regar sus jardines cada dos días” y “los latifundistas de los valles puedan tener sus vacas y sus cosechas y para que los hoteles tengan agua para sus turistas”. Muy lindo… ¿y YO y mi familia, nos morimos de hambre o nos mudamos debajo del puente Juan Bosch con mujer, hijos y padres? ¿Por qué tengo yo que cuidar y proteger árboles y arroyos para que otro se bañe y produzca dinero?

Pero si me dicen: “vamos a sembrar 10 mil arbolitos y hemos contado y marcado 5 mil que hay aquí. O sea, hay 15 mil árboles. El año que viene en octubre los volvemos a contar. Por cada árbol que ESTÉ se le darán 1, 2 o lo que sea pesos. Esto significaría que si al año siguiente están los 15 mil árboles Ud. cobrará 15 o 30 (o lo que sea) mil pesos”.

Ese campesino, o Yo, el único que vive con su familia en esas tres lomas reforestadas ¿cree alguien que cortará un árbol? ¿Cree alguien que permitirá que nadie corte SUS árboles para hacer carbón? ¿Cree alguien que se mudará debajo de nuestros puentes citadinos a constituirse en esa deforme masa social que arropa ya al país? Es sencillamente crear un incentivo a la reforestación, en lugar del aparente derroche de tanto dinero en arbolitos que morirán a los pocos días de ser sembrados porque nadie los cuida.

Creo que es tiempo de repensar nuestras “sembraditas dominicales de arbolitos”, una inocentada (quizás no tan casta y buena) no mundial, ni latinoamericana, sino que me parece a mí muy dominicana.

Si la gente no obtiene beneficios por cuidar la naturaleza no va a cuidar nada. Como dijo un político estadounidense reciente en campaña: “es la economía, estúpido, la economía”.

Y tenemos los expertos que pueden y saben decidir qué hay que sembrar, dónde sembrar y cuáles cuencas iniciar a limpiar y claro, cómo contar árboles con cuadrículas y senderos muestrales. ¿Será eso tan difícil? Las ciudades, los valles, los hoteles tienen que pagar a aquellos que saben y pueden cuidar nuestros bosques y arroyos y que viven en ellos.

La ciencia sabe qué hacer hoy. Falta que se use como evidencia en las políticas públicas. Que se evalúen los resultados y que se decida por dónde seguir a partir de ahí. Las nuevas “maduroadas” y los comandantes geniales y gloriosos ya están de más. Es simple: ¡sembremos menos y cuidemos más!

·        Using Science as Evidence in Public Policy. National Academies Press, Washington, D.C. 2012, 122pgs.