J. R. Albaine Pons
Publicado en Acento.com.do, enero 2 del 2018.
El conocimiento científico se considera “evidencia” cuando dicho saber se
emplea en apoyo de propuestas relevantes para políticas públicas. La
“evidencia” no solo está en el mundo donde se produce ciencia, emerge en el
mundo civil de las políticas públicas, donde es interpretada, obtiene sentido y
uso en los argumentos de dichas políticas*.
Hay campos de la ciencia especializados como la psicología social, economía
conductual, teoría de decisiones, sociología, psicología organizacional y otros
cercanos, como la neurociencia, que deben investigar el uso y las aplicaciones del
conocimiento científico en la construcción e implementación de políticas
públicas. Y quisiéramos agregar que estos temas y estas especialidades también
deberían formar parte del abanico de estipendios de investigación que otorga,
por concurso, nuestro Ministerio de Educación Superior, Ciencias y Tecnología
anualmente.
No pueden existir, por ejemplo, políticas correctas, funcionales y exitosas
de género, transporte, educativa, penitenciaria, de agua y reforestación, si no
sabemos lo que dice y dispone la ciencia para la transparente y precisa
formulación de dichas políticas.
Las palabras, “populistas latinoamericanas” como las han catalogado
recientemente, “alternativas”, “populares” y “costumbristas” son solo discursos
del poder y del anti-poder que aspira a poder. Son lugares comunes del mundo
del mercadeo político y de la ilusión. Parece que solo las políticas públicas
basadas en evidencias resultan (o por lo menos pueden ser evaluadas en sus
medios/fines y mejoradas o descartadas) pues sus instancias de ejecución
presentan parámetros e indicadores medibles objetivamente.
Tomemos por ejemplo la reforestación.
No pasa una semana sin que la prensa nacional nos presente a empleados y
relacionados de un banco, una empresa turística o industrial “sembrando
arbolitos”. Instituciones oficiales
también participan de dicha práctica y todos sus empleados tienen que ir, por
supuesto. Claro, para ellos es un día de campo, les proporcionan alimento y casi
siempre gorras y camisetas que sus hijos disfrutarán después. Y hasta si tienen
suerte ¡salen en una foto en algún periódico!
Pocas veces se analiza si lo que se siembra es lo que se debe sembrar.
Supongo que hay empresas de “producción de arbolitos” que les va muy bien con
esa “cultura”, con esa “filosofía”, con esa política pública de reforestación.
Y es que la reforestación no es simplemente una práctica agrícola, sino todo un
proceso de restauración ecológica, que no es tan simple.
Veamos un ejemplo notable, que incluso circula por las “redes sociales”
(palabras populistas no ya latinoamericanas, sino globales).
En 1995, 14 lobos fueron reintroducidos en el Parque Nacional Yellowstone
(el primer parque nacional en los Estados Unidos). Los lobos comenzaron a cazar
ciervos, disminuyendo así su número y estos a su vez empezaron a evadir las
zonas de los lobos. La ausencia de ciervos hizo que las plantas, árboles y
arbustos, volvieran a crecer en esos lugares. Alamos y sauces comenzaron a
florecer y con sus frutos llegaron insectos y gracias a ello varias especies de
aves regresaron al parque nacional. El incremento continuo de plantas atrajo aún
más y diversas especies de aves. Los castores, que habían desaparecido de la
zona, volvieron y a sus diques arribaron roedores y reptiles. Los lobos también
cazaron coyotes y esto logró que las
poblaciones de conejos y ratas aumentaran y como resultado trasladó a la
zona a zorros rojos, comadrejas, tejones y halcones. Hasta las águilas calvas,
símbolo de los Estados Unidos, aumentaron su población.
Con un mayor y mejor equilibrio entre depredadores y presas otros animales
volvieron y el incremento de vegetación detuvo la erosión y estabilizó las
márgenes de los ríos. Los cauces se estrecharon y los ríos consiguieron
fijarlos y se formaron más charcas y lagunas. Los lobos no solo trajeron un
nuevo equilibrio al parque, sino que hasta cambiaron su geografía.
Nadie predijo esto cuando liberaron
los 14 lobos en 1995. Ha sido toda una lección. Y no fue acción de la Sabia
Madre Naturaleza, fueron los 14 lobos reintroducidos.
Claro, nuestros bosques no tienen lobos (todos están en la Capital y uno
que otro en Santiago y otras ciudades), pero si sumamos todos los millones de
arbolitos que se han sembrado en nuestro país desde 1995 (el año de los lobos)
cada dominicano tuviese ya tres pinos y dos caobas creciendo en cada sala de
nuestras casas.
Algo no está resultando. Nuestros bosques y parques nacionales siguen
deforestados.
Es que si Ud. siembra 100 arbolitos en una loma y no vuelve mas por ahí, de
seguro que 95 se secarán por falta de lluvia ¡y los otros 5 servirán para hacer
carbón! De hecho, las estadísticas indican que de cada 100 plántulas sembradas
solo 10 con suerte llegan a convertirse en árboles.
Nuestros bosques y parques están invadidos de perros y gatos asilvestrados
y el equilibrio se destruyó hace ya mucho tiempo. ¡Hoy viven más pericos y
cotorras en nuestras ciudades que en nuestros campos!
Y entonces… ¿qué hacer? (y no se vayan a creer que es la pregunta del
famoso libro de V. Lenin de ese título, en realidad Lenin tomó el nombre de la
novela de Nikolái Chernyshevski [1828-1889] así titulada, y tampoco me refiero
a la novela).
Nuestro problema no son los lobos, sino los seres humanos y sus animales
domésticos.
Si yo viviera en la cima de una loma de la cordillera Central, ¿cómo le voy
a hacer caso a alguien que viniera a decirme que no corte árboles? Y que cuando
yo le pregunte por qué, se me responda: “para que en la Capital y Santiago las
personas puedan bañarse dos veces al día y lavar sus carros y regar sus
jardines cada dos días” y “los latifundistas de los valles puedan tener sus
vacas y sus cosechas y para que los hoteles tengan agua para sus turistas”. Muy
lindo… ¿y YO y mi familia, nos morimos de hambre o nos mudamos debajo del
puente Juan Bosch con mujer, hijos y padres? ¿Por qué tengo yo que cuidar y
proteger árboles y arroyos para que otro se bañe y produzca dinero?
Pero si me dicen: “vamos a sembrar 10 mil arbolitos y hemos contado y
marcado 5 mil que hay aquí. O sea, hay 15 mil árboles. El año que viene en
octubre los volvemos a contar. Por cada árbol que ESTÉ se le darán 1, 2 o lo
que sea pesos. Esto significaría que si al año siguiente están los 15 mil
árboles Ud. cobrará 15 o 30 (o lo que sea) mil pesos”.
Ese campesino, o Yo, el único que vive con su familia en esas tres lomas
reforestadas ¿cree alguien que cortará un árbol? ¿Cree alguien que permitirá
que nadie corte SUS árboles para hacer carbón? ¿Cree alguien que se mudará
debajo de nuestros puentes citadinos a constituirse en esa deforme masa social
que arropa ya al país? Es sencillamente crear un incentivo a la reforestación,
en lugar del aparente derroche de tanto dinero en arbolitos que morirán a los
pocos días de ser sembrados porque nadie los cuida.
Creo que es tiempo de repensar nuestras “sembraditas dominicales de
arbolitos”, una inocentada (quizás no tan casta y buena) no mundial, ni
latinoamericana, sino que me parece a mí muy dominicana.
Si la gente no obtiene beneficios por cuidar la naturaleza no va a cuidar
nada. Como dijo un político estadounidense reciente en campaña: “es la
economía, estúpido, la economía”.
Y tenemos los expertos que pueden y saben decidir qué hay que sembrar, dónde
sembrar y cuáles cuencas iniciar a limpiar y claro, cómo contar árboles con
cuadrículas y senderos muestrales. ¿Será eso tan difícil? Las ciudades, los
valles, los hoteles tienen que pagar a aquellos que saben y pueden cuidar
nuestros bosques y arroyos y que viven en ellos.
La ciencia sabe qué hacer hoy. Falta que se use como evidencia en las
políticas públicas. Que se evalúen los resultados y que se decida por dónde
seguir a partir de ahí. Las nuevas “maduroadas” y los comandantes geniales y
gloriosos ya están de más. Es simple: ¡sembremos menos y cuidemos más!
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Using Science as Evidence in Public Policy.
National Academies Press, Washington, D.C. 2012, 122pgs.