En una conferencia en México, en el 2005, el filósofo francés Gilles
Lipovetsky planteó:
“No creo en la decadencia de las sociedades modernas”; aunque no lo
dijo, quizás lo expresó como respuesta a la monumental obra “Del Amanecer a la
Decadencia” (2001), del inmenso Jaques Barzoun, por años y años decano de
humanidades de Columbia University en New York.
Bueno, a principios del siglo XX la
educación era más restringida y estricta, los valores sociales provenían de
ideologías de pequeños grupos de poder social y económico, nacionales y
extranjeros, la religión y lo religioso eran opresivos (¡no te podías bañar en
el río en cuaresma porque te convertías en
pez!), la democracia de masas era inexistente aquí y en muchos lugares
del mundo y todo eso nos produjo dos guerras mundiales, cientos de dictaduras,
bombas atómicas sobre ciudades no militares, el holocausto judío, la infamia
del 37 contra los haitianos, el suplicio de las Mirabal.
Se grita, se escribe, se sermonea sobre
la pérdida actual de los valores y me pregunto ¿de cuáles valores? ¿De los que
brindaron un Trujillo, dos invasiones estadounidenses, los 12 años de Balaguer?
¿Los valores de los que deforestaron nuestros bosques sin que nadie dijese
nada? ¿Los de los libros de historia que contaban sobre la “batalla” del Santo
Cerro donde la Virgen de las Mercedes detenía las flechas a los indios para que
ganasen los españoles? ¿o serán los valores de los que reciben con beneplácito
en los clubes sociales de alto rango a los banqueros y políticos defraudadores
del Estado y ladrones de fondos públicos?
¿Quizás nos referimos a valores más
universales como aquellos que prohibieron el libro de Nicolás Copérnico desde
1616 hasta 1828, o la quema de todos los documentos Mayas para que esa nación
aborigen americana abandonara su “oscurantismo”?
¡Que bueno que se están perdiendo esos
valores!
¡Que bueno que los estamos cambiando por
otros!
Hoy somos libertarios, individualistas,
consumistas, reconocemos a los políticos por lo que son y si nos engañan los
podemos cambiar. Nos casamos y nos divorciamos cuando nos lo manda el corazón y
la paz mental y no nuestros padres, el estado o la religión.
No le hablamos del cuco a nuestros hijos,
no los metemos en religiones que no entienden, los respetamos como personas
distintas a nosotros, somos más tolerantes ante lo diverso y lo nuevo, nos
preocupamos por nuestro ambiente, protestamos contra los abusos y exigimos a
los poderes políticos cumplir con su obligación.
Hoy conocemos más del mundo y nos
comunicamos más unos a otros, se protesta más que nunca contra el racismo, el
fascismo, la discriminación, la pobreza y el bandolerismo. Leemos libros que
nunca llegaron, pero que hoy están en la Internet y vamos dejando de ser una
media isla parroquial y encerrada en sí misma, abriéndose al mundo para
conocerlo y que nos conozcan.
Creo que tiene razón Lipovetsky, no hay
decadencia, construimos la mejor sociedad humana que ha existido en toda la
historia, la más sensible y a la vez la de mayor conocimiento, la que por
primera vez tiene en sus manos los instrumentos para construir a conciencia su
propio futuro.
Al grito de falta de valores anteponemos
los valores nuevos, crecientes, solidarios, que ofrecen mayor libertad y
presentan mayor responsabilidad que en todas las épocas anteriores.
Nunca en nuestro país tantos habían
exigido normas, respeto, derecho a vivir una vida decente, libremente. Nunca
tanta gente había exigido competencia, seriedad, honestidad y eficiencia a los
detentadores de los poderes públicos. Nunca fuimos tan libres con nuestras
vidas, que primero son nuestras y después de los demás. Ya no pedimos venganza,
sino justicia y ya muchos piden repatriar a los haitianos y no matarlos como
cuando Trujillo.
¿Qué hoy se observan asaltos, muertos y
violaciones? Mucho menos que en los tiempos pasados de nuestra historia, donde
esos hechos eran tan comunes y nunca lograban una repulsa general como lo vemos
hoy. Nuestras luchas sociales son en la mesa de negociaciones, en las marchas
públicas y pacíficas, en las elecciones políticas y en el Congreso, mil veces
mejor que en las montoneras siempre cargadas de muertos y agravios.
A veces hasta me parece que muchos de
nuestros problemas actuales se deben a la sobrevivencia de aquellos valores del
pasado que se niegan a ser cambiados por los nuevos y emergentes como si
tuviesen vida propia, al ser levantados por una minúscula pero poderosa parte
de la colectividad que se resiste a lo nuevo en una inútil lucha por detener el
crecimiento, la apertura de nuestra sociedad, su educación plena y actual en
los conceptos e ideas que hoy maneja buena parte de la humanidad.
Definitivamente, me gustan más estos
valores morales y éticos, que aquellos valores.