J.R. Albaine
Pons, publicado en Acento.com.do, el 30 de septiembre del 2019.
Releyendo para entretenimiento The Magic of Reality:
What we Know that is Really True. (20111, Free
Press, 267 pp, de formato grande) de Richard Dawkins, el autor del Gen Egoísta,
noto que el final del cuarto capítulo trae ideas interesantes, que trataré de
presentar con algunas mías. A decir verdad, lo que me enamoró de este libro fue
que en el capítulo 10 trae un dibujo, a dos páginas, de nuestra isla La
Española, la cual llama Haití, para discutir lo que es un terremoto y los mitos
que han existido y existen al respecto.
Muchas personas
llevan y conforman sus vidas alrededor de mitos y lo que es peor, aun llaman a
sus mitos sagrados.
Sagrado proviene
del verbo sacrare, que se deriva del adjetivo latino sacer. De su
participio sanctus provienen santo y santidad y también las palabras
sandio (ignorante o simple) y sandez (dicho o hecho necio o torpe). Así que
desde el comienzo hay que ver quién dijo y obligó a que sagrado fuese lo
opuesto de necio, y no su sinónimo, por allá por la época de los emperadores
romanos.
Pudiéramos
escribir sobre estos “libros sagrados” relativamente bien conocidos en partes
del mundo. Escribí partes del mundo, porque me parece no estar muy equivocado
si expreso que cientos de millones de chinos y de indios no conocen ni nunca
han visto una Biblia o un Korán o uno de los textos Vedas.
Bien, ¿Por qué
estos “libros sagrados” que se suponen escritos, dictados o inspirados por
seres sobrenaturales, dioses les llaman, o hasta venidos de otros mundos según
algunos, son mitos?
No es
simplemente por lo que dicen o cuentan, porque muchas de sus historias pudieran
ser o no ser verdad, aunque francamente algunas son difíciles de creer.
No, no es por
eso que son mitos, es más bien por lo que no dicen.
Esos libros nunca
nos dijeron, ni nos dicen, qué es una molécula, qué es un átomo, cuáles son los
componentes de esos átomos (que hoy sabemos que son protones, neutrones y
electrones) y cuáles son los componentes de esos pequeñísimos protones y
neutrones.
¿Por qué no nos
cuentan la diferencia entre un sólido, un líquido y un gas? por ejemplo.
¿O todo ese
mundo vivo descubierto por un paciente, hábil y meticuloso pulidor de lentes
holandés, del siglo XVII, que es aquello que solo podemos ver a través de un
microscopio? Las bacterias, las células, los ácaros del polvo que todos tenemos
encima por todas partes.
Caramba, esos
dioses o seres espirituales o extraterrestres pudieron decirnos o dejarnos por
escrito que muchas de esas bacterias nos enferman y que unos hongos producen
una sustancia, la penicilina, que las mata y nos curan.
Pudieron enseñarles
o describirles la rueda a los Incas, que nunca la conocieron y hasta contarnos
historias de que el petróleo que brota del suelo en ciertos lugares y sus
derivados producían energía para mover las cosas y calentarnos en invierno en
los países fríos. Que Grecia y Roma, Francia e Inglaterra no tenían que cortar
todos los árboles para mover barcos y máquinas y quitarse el frio en invierno.
No, nada de eso
dicen, ni cuentan, ni siquiera proponen.
Es que esos
“Libros Sagrados” son historias, mitos, relatos de pueblos primitivos que
comprendían un número muy reducido de cosas y fenómenos naturales; aunque hay
que decirlo, algunos tienen ciertas buenas reglas y normas para aprender a
convivir unos humanos con los otros humanos. Pero claro, esos humanos
primitivos tenían que convivir entre sí y con otros y es lógico que dejasen
reglas escritas, pero eso no significa que fuesen dictados o pensados o inspirados
por seres sobrenaturales, por espíritus invisibles e incomprensibles, por
extraterrestres, ni por dioses.
Aún hoy día
muchos millones de personas viven y siguen las ideas de esos mitos primitivos.
Y lo que es más, según el crítico de libros del New Statesman de Inglaterra y
gran y controversial intelectual inglés John Gray en un ensayo de esta semana,
afirma que el cristianismo, creado por San Pablo y San Agustín, es lo que le ha
dado base al mundo secular actual, ya que ofreció una visión de la igualdad
humana y del progreso moral, en su crítica a un texto del historiador Tom
Holland y de paso al escritor nihilista francés de moda Michel Houellebeck,
¿Y a qué viene
todo esto?
Me parece que no
se puede aprender a multiplicar si no se conoce la suma primero, ni se asimila la
división si no se entiende la multiplicación ni la resta. Hay que saber lo
básico para comprender lo complejo. El joven historiador y casi estrella
luminosa intelectual de nuestros días, Yuval Harari, celebrado autor de
“Sapiens” y otros textos, presentó hace cierto tiempo una conferencia sobre su
libro más reciente, en la cual insistió que no era de futurología ni de profecías,
sobre hechos del actual mundo de la inteligencia artificial, IA, y sus avances.
Habla Harari que
todo el transporte será automatizado, que no harán falta médicos, ni abogados,
ni muchas otras ocupaciones que hoy son comunes. En 20 o 30 años, todo
cambiará; y ese mundo que viene no puede ser comprendido simplemente por caras
nuevas, ni sangre nueva, que arrastren en su mente mitos y leyendas de
sociedades primitivas, de hace miles de años, o de hoy.
Personas y
amigos que han compartido esta conferencia me dicen que todo eso pasará en
países de alto desarrollo, que a nosotros no nos tocará. Pero es que todo
estará en la “nube” y con una computadora casera y su pertinente programa, estará
para todo el mundo. Ya inclusive tiene un nombre el programa de IA sobre
medicina, WATSON, (que supongo que es en honor al codescubridor del código de
ADN así como se llama NEWTON el programa que resuelve las ecuaciones
diferenciales para los matemáticos) que nos permitirá tener un médico
particular con toda nuestra información, a cada uno de nosotros. La verdad, ¡da
miedo ese futuro!
Y ahora Google
acaba de presentar el anuncio, en esta semana, y retirarlo prontamente de las
redes, de su nueva computadora cuántica, la primera lograda que puede realizar
en 3 minutos los cálculos que a las más potentes calculadoras del planeta de
hoy día le llevarían años.
Ya no solo
tendremos que comprender el mundo complejísimo en que hoy existimos y que a
todos nos da tanto trabajo entender tan solo una parte pequeñísima, sino que en
el futuro cercano habrá que entender el mundo cuántico, esas ideas tan anti intuitivas,
que explican de que están hechos esos protones, neutrones y electrones, y las
fuerzas y campos de fuerzas que interactúan entre ellos.
¿Abandonará esa
parte de la humanidad que cree en ellos, los mitos y leyendas de nuestros
pueblos primitivos y logrará entender o aceptar lo que la ciencia y la
tecnología nos traerá de regalo en este siglo XXI?
Solo recuerdo a
aquel antiguo profesor mío y de tantos en la UASD, que una tarde en su
laboratorio y oficina, me preguntó ¿que cómo yo creía en moléculas y protones y
electrones si eran cosas que nadie había visto?
No solo me dejó
asombrado y con la boca abierta su pregunta, sino que ¡me aturdió! Y eso, que
ese pobre ignorante, que cubría su ignorancia con un falso mal genio, pues no
era tan malo como quería parecer, es considerado en nuestro país como un sabio
y un genio y un modelo a seguir, claro, hechura de políticos que buscaban
ventajas con su elevación a super profesor y sabio vivo en nuestra UASD de
entonces.
Si, nos será muy
difícil a los dominicanos desterrar los mitos y leyendas que nos han tocado,
traídos, introducidos y forzados a creer en ellos por los que en realidad
trajeron de la vieja Europa y sus ideologías, muchas de sus costumbres y hasta
la lengua; y por qué no decirlo, nos forjaron en gran parte como personas, pues
fueron importante parte de nuestros propios ancestros.
Y así seguimos
como una gran sociedad muy conservadora, aunque para algunos en la actualidad desbordada.
Aunque Mark de Lilla, de Columbia, insiste en que lo de ser conservador es una
costumbre, no una patología y aunque ya se haya demostrado una y otra vez que
aquellos que rechazan el consenso científico y la visión científica del mundo simplemente
tienen una percepción exagerada de su propia concepción, no se nota mucho que
vamos a cambiar. Quizás podamos decir como Cioran, quien se veía como un
“pesimista jubiloso” y pensar que cambiaremos, seguro que cambiaremos, no me
parece imposible.