Fernando I. Ferrán
Profesor-Investigador
Centro de Estudios P. Alemán,
PUCMM
Introducción
En el contexto del controvertido 12 de octubre, -día internacional
de la raza, del descubrimiento español de América, de la colonización, de la resistencia
indígena, del encuentro de dos culturas o meramente del respeto a la diversidad
cultural-, se plantea en el ámbito académico de la UASD la cuestión de “La
construcción de la identidad en un mundo multicultural: de lo local a lo global”,
gracias a la iniciativa diligente de los profesores Francisco Acosta y José
Ramón Albaine.
Raudo y veloz, las respuestas.
I.
El problema
La cuestión es la singularidad identitaria de un pueblo local, en
tanto que componente integral e irreducible de la globalización universal.
Si como afirma Yuval Noah Harari[7] la mente humana es una constante generadora de relatos, y nuestra identidad personal y colectiva es el relato central, entonces, hoy, debido al capitalismo de la vigilancia, el gran desafío de cualquier pueblo y de cada uno de los individuos que lo conforman ha de consistir en:
En mi caso, solo significa un conglomeado de sujetos anónimos, sin popiedades ni principalías evidentes que, conviviendo y coexistiendo entre sí se reconocen y son reconocidos como titulares de un gentilicio singular: dominicano, suizo, coreano, angolés, boliviano, canadiense u otro de los cientos que ya han sido identificados alrededor del mundo.
II.
Marco de referencia
Materialismo
cultural. En mi caso, partí de la teoría antropológica de Marvin Harris[10].
Su eje central es la condición
biológica de la especie humana y las necesidades que por ende enfrenta para su
reproducción y satisfacción de necesidades más o menos perentorias.
Cultura. Con ese telón de fondo, fue fácil concebir que la cultura,
como tal, significa la facultad de adaptación
del grupo humano a su entorno; o dicho de forma más detallada, el sistema de adaptación característico de
una población provisto de un arco
iris de memorables eventos y tradiciones, así como de habilidades, normas, acomodos
y conciliaciones de habilidades, saberes, costumbres, técnicas, valores, símbolos, lenguas, creaciones artísticas y estéticas, creencias y conocimientos
prácticos y teóricos.
En esa labor de parto, tomé prestado de las ciencias biológicas términos atribuidos al ADN biológico, tales como rasgos, recesivo, memes y otros tantos, pero los referí en todo momento a contenidos culturales derivados de los patrones de comportamiento de la población en uno u otros sistema de organización social.
Por ejemplo, al aplicar lo dicho a la realidad dominicana, pude inducir qué genes culturales hacen las veces de dominantes y cuáles de recesivos: primero, en el cuerpo social de cada grupo aislado regional de los otros, principalmente durante el siglo XIX; y, segundo, del pueblo dominicano entrado ya el siglo XX cuando el aislamieno y el regionalismo lugareño decimonónico cedieron definitivamente su principalía en el país.
Contrapunteo. La interacción y el subsecuente intercambio de los rasgos culturales distintivos de cada tipo de organización social me condujo, siguiendo los pasos del antropólogo cubano Fernando Ortiz[13], al contrapunteo de los diversos modos de vida de la población, legados la mayoría de ellos desde tiempos pasados.
Ese contrapunteo analítico de los diversos genes culturales propios a cada orden social originario permite cernir cuáles pasan a ser dominantes en la población dominicana a finales del siglo XIX y a lo largo del XX. Esto así pues mientras unos genes pasan a ser culturalmentes dominantes, otros no desaparecen, pero sí pasan a ser recesivos en el código cultural dominicano.
El fruto de ese proceso de mutaciones temporales de la misma sociedad pemite identificar objetivamente, por ende, el código cultural del pueblo dominicano.
III.
Caso
de estudio: el dominicano[14]
El propósito del estudio devino cernir la
singularidad de un grupo humano que, a lo largo de
su historia, se reconoce y es reconocido siendo
parte constitutiva de un pueblo o colectivo
calificado propiamente como “dominicano”, es decir,
desprovisto de la sombrillla significativa de algún
otro gentilicio.
Dado que esa colectividad se presenta por medio de los
integrantes que la personifica interactuando consigo misma y con otras más, el
punto de partida del estudio a partir del siglo XIX fueron sus sistemas de
organización social y los patrones de comportamiento característicos que ahí se
desplegaban.
Tal y como comprobé -y cualquier otro estudioso
puede comprobar siguiendo la misma metodología antes resumida- en el momento de
proclamar al mundo el nacimiento de un nuevo país independiente denominado
República Dominicana, a inicios de 1844, en éste predominaban seis modelos
tradicionales de organización social con sus respectivas características
culturales; a saber,
-
Hatero: subordinación (de tipo paternalista de
los peones a un amo y patrón cuyas decisiones unipersonales no dejaban de ser
arbitrarias); disimulada igualdad
(que conduce al mestizaje racial y a la inexistencia de un dialecto por parte
de los antiguos esclavos de origen africano).
- Campesino: resignación y conformismo (por laborar la tierra y recoger sus frutos con capacidad únicamente para mantener su nivel de subsistencia); impotencia ante el medio ambiente natural y social (a falta de tecnologías y de participación en agrupaciones suprafamiliares y comunitarias).
-
Tabacalero: independencia (personal y familiar en
minifundios laborados y administrados directamente por cada uno en su condición
de propietario del fundo, sin respaldo estatal y sin mano de obra esclava ni
extranjera); socialmente inclusivos e
interdependientes (a partir de redes personales interdependientes y
articuladas a un mercado libre en y fuera del país).
La esquematización de su proceso de conformación
social, por tanto, puede visualizarse en el siguiente cuadro.
Cuadro 1. ¿Qué tipos o modelos tradicionales de organización social han prevalecido y qué rasgos culturales conllevan?
Organización
social |
Patrones característicos de comportamientos culturales |
Hatero |
Subordinación, disimulada igualdad |
Maderero |
Improvisación, irresponsabilidad |
Campesino |
Resignación, impotencia |
Tabaquero |
Independencia, iniciativa individual,
interdependencia e inclusión social |
Azucarero |
Sumisión, exclusión social |
Burocrático estatal |
Ineficiencia, superficialidad |
He ahí la procedencia y
conformación del pueblo dominicano en cuanto sociedad independiente de
cualquier corona o dominación ajena a él. Sin embargo, el análisis de su
evolución y sucesivas transformaciones, particularmente a lo largo del siglo XX
y de las dos décadas que van del XXI, significan la composición, identificación
y confirmación del mapa del ADN cultural del dominicano.
Manifestación |
Gen
cultural |
Descriptor |
Existencial |
Atávico |
Experiencia vital de abandono,
minusvaloración y empeño, sentimiento dramático de la vida. |
Volitiva |
Contraproducente |
Proceder a tientas y contrapuesto a sí
mismo, bravío y dócil, sin aparente lógica ni disciplina o propósito común. |
Objetiva |
Paradojal |
Realismo paradójico del mundo histórico,
personalismo, proezas sin recompensas, libertad truncada. |
Consciente |
Escéptico |
Conciencia sin sentido de pertenencia,
escurridiza, contrariada, dudosa, engañosa, crédula y descreída a la vez. |
A continuación una exposición lineal de esa dotación
cultural:
a. El gen cultural carácterístico de la
existencia del pueblo dominicano es atávico.
ecuérdese ante todo que se trata de una población sin madre y ni siquiera nodriza, pues fue literalmente abandonada a su suerte a los años de fundada la colonia española y a lo más solo dio tiempo para enseñar a hablar y a decir algunas oraciones.
De modo que, en más de un sentido, -no obstante ser codiciada su dote
territorial por muchos pretendientes-, el desamparo y la inequidad pasaron a
ser padrastro y madrastra de los retazos
poblacionales que quedaron
abandonados en La Española. Sus habitantes padecieron desde aquél entonces, de tantas arbitrariedades y exclusiones, como variadas pasaron a ser sus condiciones de vida y de ascendencia
familiar, social y étnica.
Dado su estado de orfandad, la existencia del pueblo
dominicano como un todo, al igual que la de sus integrantes, se encuentra atraída
y atrapada por todo lo que la precede.
En ese contexto, el ritmo circular de las olas la tambalean y mueven…, pero sin que pueda avanzar.
b. El gen cultural distintivo a todo su
quehacer y actuar, pues interviene en la voluntad y querer
de sus miembros, se expresa
de manera sinuosa y contrapuesta a sus propios deseos y
propósitos.
c. El gen
cultural del mismo pueblo se caracteriza por lo paradójico de su relato
histórico.
Ese historial atestigua, empero, que el pueblo dominicano labora para permanecer en su patria chica, mas termina siendo expulsado de ella, en medio de devastaciones.
Lucha por su república, su democracia, su constitución y sus elecciones, pero le recompensan con ocupaciones extranjeras, amén de un rosario de émulos de cualquier afortunado predecesor que repite el vuelve y vuelve de la ola del más de lo mismo, tan similar al resignado eterno retorno[19] de lo mismo cuantas veces dice, dónde está lo mío.
d. Hijo
legítimo de tanto, la identidad del pueblo dominicano se descubre finalmente
aunada en su memoria y estado de conciencia.
Dado du vertebrado -no invertebrado[20]-
proceso de construcción social, esa identidad termina provista de un resultado único
y singular, en la medida en que se conforma reunido a modo de crisol consciente
de sí en el que confluye dicho historial de incongruencias, aquella voluntad de
ser lo que no se es ni se ha logrado ser, y una existencia cimentada en un
pasado único de desamparo y esfuerzos individuales.
IV.
Conclusión, el ADN cultural en medio de un mundo en expansión
El gran reto de la construcción social de la identidad
dominicana consiste- una vez ubicada en y desde su patria en medio de un mundo
transculturizante y en progresiva expansión-
Reconocerse, ser reconocida y mutar
temporalmente, aunque sin por ello dejar de ser consciente en y para sí, tanto
frente a la comunidad intenacional, como ante la conciencia de las venideras
generaciones de heredeos de la inagotable gesta de insondables sacrificios y
memorables eventos que cuentan su popia formación.
La situación se agrava, pues ella se reconoce en la actualidad sumergida en el resquemor ante un futuro que, por no estar escrito, siempre es incierto. Y por demás, su identidad no acaba de definirse a pesar de los conflictos y dilemas vividos y tampoco por sus acuerdos, recuerdos, tradiciones y relatos.
No obstante ese desafío histórico, sostengo, en función de la evidencia disponible, que la metáfora cultural del ADN permite discernir el proceso por medio del cuál el cuerpo social de diversas generaciones humanas -porten éstas el gentilicio de dominicana u otro- construye su respectivo código cultural a partir de su organización social.
(ii) Mutaron en sí mismos de manera independiente y desconfiada, hasta abrirse paso y por primera vez en la historia patria al libre mercado internacional desde sus predios tabacaleros, usualmente sin prestarle atención a gobiernos y leyes, primero coloniales y luego republicanos;
(iii) Restauraron la misma república que finalmente, debido al gen azucarero y el poder político, le sustrajeron nativos y foráneos. Y por ahora, en fase recesiva,
(iv) Se transformaron a sí mismo y, excluidos de grandes riquezas y de la frecuentación de banquetes palaciegos, se refugian en un ámbito de informalidad desde el cual labran su progreso y añoran su propio bienestar, en y fuera del suelo patrio.
En esa historia, la unidad y la diversidad de cualquier sociedad como la dominicana procede y se debe al código cultural legado a los herederos del mismo.
Por esa razón, entre el nivel del quehacer económico y los niveles de organización social, de lucha política, de control ideológico y de creación artística y vivencia religiosa de cada pueblo y de todos ellos transculturizados a una, existe una diferenciada unidad de su núcleo cultural que solo es posible separar analíticamente, pero sin por ello desintegrarla ni aislarla ni confundirla con las demás.
He ahí lo que demuestra el caso de estudio del ADN cultural, verificado en dicha columna de hombres y mujeres que legan la identidad del único pueblo que, en medio de un contexto universal, es y puede ser reconocido como dominicano.
[1] Ferrán, Fernando I.: Los herederros. ADN cultural
de los dominicanos, Santo Domingo, Colección Cultural del Banco Central de
la República Dominicana, 2019.
[2] Zuboff, Shoshan: Das Zeitalter des Überwachungskapitalismus. Berlín: Campus Verlag, 2018.
[3] Foster, John
Bellamy: The Theory of Monopoly Capitalism (en
inglés). Monthly Review
Press, 1984.
[4]
McChesney, Robert W.: The
Problem of the Media: U.S: Communication Politics in the Twenty-First Century, New York: Monthly Review Press, 2004.
[5] Dostoviesky, Fyódor: Los hermanos Karamazov, Madrid, Plaza Editorial,
edición de 2013.
[6] Pedrycz, Witold y Chen, Shyi-Ming Chen
(Eds.): Social Networks: A Framework of
Computational Intelligence, Suiza,
Springer, 2014.
[8] Alegría,
Ciro: El Mundo es Ancho y Ajeno. Editorial Ercilia, Chile,
1941.
[9] García Peña, Lorgia: The Borders of Dominicanidad: Race, Nations
and Archives of Contradictions, NC,
Duke University Press 2016.
[10] Harris, Marvin:
The Rise of Anthropological Theory. A History of Theories of Culture, New
York: Thomas Y. Cromwell Company, 1968.
[11] Benedict,
Ruth: Patterns of culture. Boston: Houghton Mifflin, 1934.
[12] Firth,
Raymond: Elements of social organization, Londres, routledge, 1971.
[13] Ortiz, Fernando: Contrapunteo
cubano del tabaco y del azúcar. Madrid: Cátedra, 2002.
[14] Supra, nota 1.
[15] Smith, Adam: La
riqueza de las naciones, Barcelona, Oikos-Tau, 1988.
[16] Carpentier, Alejo: El
reino de este mundo, La Habana, Letras Cubanas, 1987.
[17] Paz, Octavio: El
laberinto de la soledad, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2007.
[18] García Márquez,
Gabriel: Cien años de soledad, Barcelona, Círculo de Lectores, 2014.
[19] Nietzsche, Federico: Así habló Zaratustra. Edición de Andés Sánchez Pascual,
Madrid: Alianza, 2003.
[20] Ortega y Gasset, José: España invertebrada,
Madrid, Espasa y Calpe, edic. de 1964.