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Saturday, March 30, 2019

LOS FANATICOS


J.R.Albaine Pons,  publicado en mayo del 2005, en el desaparecido CLAVE DIGITAL


Un fanático no es sólo un aguilucho que cada vez que pierden La Aguilas frente al Licey “jura y perjura” que los árbitros eran capitaleños y que estaban vendidos. El fanatismo tiene una larga data en la humanidad y con distintos adornos sus resultados siempre han sido similares. ¿Por qué hay fanáticos?, podemos hacer la pregunta más angustiosa aún, ¿por qué siempre han existido?

No se crea que el fanatismo deportivo es muy alejado del político o religioso. Los mayores “inchas” del equipo de fútbol de Servia, que incluso le acompañaban en sus giras internacionales por Europa se convirtieron en los SS de Milosevick en los recientes exterminios de poblaciones por cuestiones raciales y religiosas en los Balcanes.

Algo del fanatismo está en nuestros cerebros por evolución. Muchos opinan como Konrad Lorenz que la agresión es uno de nuestros más fuertes instintos y curiosamente Lorenz veía a los deportes como una vía de escape de la agresividad en nuestras sociedades modernas.

El desarrollo moral, aceptando el vivir con otros y los valores de otros se considera una función de los lóbulos frontales del cerebro humano, la última gran área en evolucionar en el cerebro homínido, donde se controla la impulsividad y se acepta la posposición de gratificaciones y del futuro. La activación de la corteza prefrontal ventromedial y la orbitofrontal media ocurre en sujetos varones que presentan un deseo irrefrenable de sancionar de alguna manera a otra persona. Y el fanatismo es la sanción por excelencia.

El fanático no sólo tiene visiones cerradas, extremas, celosas y perniciosas, además, y por mucho más, es intolerante. Los jacobinos tenían poca paciencia con las imperfecciones así como también los Khmer Rouge de la Kampuchea de barraca o Cambodia de hoy. Y esa intolerancia choca de frente con el mundo occidentalizado de nuestra actualidad definido en la teoría del riesgo social de Giddens, Beck y otros: “ya no vivimos nuestras vidas de acuerdo a la naturaleza o la tradición. No hay un código simbólico ni códigos de ficciones aceptadas para guiarnos en nuestra conducta social”; sólo existe, quizás, la aceptación y enseñanza del pluralismo, entendido como lo expresó Isaiah Berlín en su último ensayo aparecido postmortem en 1998 en el NY Review of Books: “He llegado a la conclusión que existen una pluralidad de ideales, así como hay de culturas y temperamentos”, aunque se cuidó de distanciarse del relativismo cultural de algunos.

Berlín señalaba a los nazis (nacional socialistas, no lo olvidemos) no como enfermos, o patológicamente desquiciados, como dicen muchos, sino personas malsanamente equivocadas y totalmente mal guiadas por hechos inciertos. Señala que con la suficiente

falsa educación y diseminación de la ilusión y el error, los humanos, sin dejar de ser humanos, pueden cometer los crímenes más horrendos.

Al recibir el Nobel de La Paz en 1998, David Trimble nos recordaba: “soy escéptico de discursos llenos de sonidos y furias, idealistas de intención, pero imposibles de implementar…quiero una sociedad decente y normal con las mismas debilidades de los humanos, pero con sus mismas grandezas”. Definió al fanático político como alguien más interesado en usted que en él mismo, que quiere perfeccionarlo a usted personalmente, políticamente, en lo religioso, lo racial y lo geográfico.

El fanatismo, que era común en la Europa de hace unos siglos como lo muestran sus guerras religiosas, hoy lo vemos en la religión musulmana y las luchas genocidas tribales y étnicas del centro de Africa y los Balcanes.

Se ha planteado que parte de la esencia de un fanático está en su inhabilidad de ver el mundo según principios abstractos, o sea, no pueden trascender la literalidad de “textos sagrados”, no necesariamente religiosos, como lo muestra el libro rojo de Mao y su “revolución cultural” que devastó a China y la atrasó por 100 años más.

Recientemente una noticia difundida por el semanario estadounidense Newsweek sobre burlas acerca del Corán frente a prisioneros musulmanes radicales en la base norteamericana de Guantánamo en Cuba, resultaron en manifestaciones turbulentas en Afganistán y Pakistán con muerte de ciudadanos. Todo el mundo criticó a Newsweek, hasta el gobierno americano lo hizo, por publicar esa historia. Pero nadie se preguntó por qué a pesar de todo lo que se dijo negativamente sobre el difunto y el nuevo Papa católico, los católicos no se lanzaron a protestar desordenadamente a las calles, como tampoco lo hicieron los millones de budistas del mundo cuando en el 2001 los Talibanes de Afganistán destruyeron templos y estatuas de Buda de 1,500 anos de antigüedad. Tal parece que estamos aceptando poco a poco que los musulmanes sean fanáticos de marcada transgresión social y los tratamos como a los dementes, con mucho cuidado para no alterarlos de ninguna manera.

La condena a muerte de escritores por los jefes religiosos musulmanes ha sido visto como algo exótico que llega del oriente medio, muy débilmente protestado, aunque esas personas hasta el día de hoy viven con precios por sus cabezas sólo por escribir.

En su libro reciente sobre las vidas y personalidades de los causantes directos de la masacre de las Torres Gemelas (aunque aquí en R.D. académicos de altas posiciones llegaron a decirme quedo al oído y de manera confidencial: ¡ya se sabe todo, fueron los norteamericanos ellos mismos los que volaron Las Torres!)  T. McDermott, reportero del L.A.Times,  los describe como personas de clase media, hijos protegidos, musulmanes seculares con familias que vestían a lo occidental y llevaban vidas tranquilas y sin ninguna militancia política ni religiosa notable. Y en pocos años estos jóvenes, viviendo en Europa y los Estados Unidos, sólo hablaban de religión, se politizaron y realizaron lo que hicieron, llevándose sus propias vidas de por medio. Se comportaron como los fanáticos de siempre, de todas las épocas, pero con moderna tecnología de devastación.

No que los fanáticos no existen en otras religiones y en diversos credos políticos, pero de alguna manera en el occidente actual se ha logrado, no del todo y no sin lucha intelectual y civilista, que sus fanatismos sólo lo lleven a sus vidas personales y su entorno inmediato, y no hacia la irrupción social.

Nuestros grandes partidos políticos, luego de por necesidad tener que abandonar ese fanatismo “blando” que es el caudillismo, están inmersos en congresos, cambios y búsquedas de nuevos fines y formas de pensar. No estaría de más que pensaran en cómo evitar el fanatismo entre los suyos. Parece que puede ser posible si se organiza el pensar y lo emocional por vías que eviten “ismos” desproporcionados, ideales irrealizables y fantasías futurísticas todas distantes del contexto de nuestro tiempo, nuestra geografía y nuestra historia.                          .

Con los fanáticos todavía nos queda mucho tiempo por convivir, aunque quizás y con suerte algo menos para comprenderlos como fenómeno individual y colectivo.