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Wednesday, September 29, 2010

Los mimes de la herencia

Según el diccionario de que dispongo- “Mime”: en Rep. Dominicana y Puerto Rico- mosquito pequeño y muy picador. Caerle a alguien “mimes”- tener mala suerte. Creo que el Larousse tiene una pequeña confusión: los “mayes”, no los “mimes”, son los que pican, por lo menos en nuestra República Dominicana. Bueno, pido excusas a mis lectores por escribir que hay un problema con el diccionario. Atreverse a contradecir un diccionario no es poca cosa. Un amigo me aclara que “mime” es palabra española y que “maye” es taína.

El punto es que hasta donde lo he usado toda mi vida, los mayes pican y pican duro, viven cercanos al agua y presentan una curiosa biología; los “mimes” son unos “amemados” (¿vendrá de “amimado”?), no hacen nada, solo son eso, mimes. Nos dicen, eso sí, cuando un guineo, una naranja, una lechosa, un mango o cualquier otra fruta está fermentando. Sobrevuelan frutas fermentadas, atraídos por el alcohol y luego por el vinagre que se produce: son las moscas del vinagre o moscas de las frutas.

En las cocinas y nuestras mesas los vemos como mosquitas que se espantan con una toallita y pocos saben que son los organismos sobre los cuales se construyó toda la nueva ciencia de la biología en el siglo XX, y aún aparecen como parte importantísima de la experimentación en
las ciencias de la vida en este siglo XXI.

No que antes del siglo XX no se notaran. Jean Deutsch (de la Universidad Pierre y Marie Curie de París) en sus escritos sobre ciencia y organismos interesantes (El gusano que usaba el caracol como taxi y otras historias naturales; Fondo de Cultura Económica, 2009) trae a nuestra atención que el gran Rèamur, en el quinto de sus seis tomos de historia de los insectos (1734-1742), comentó sobre esta pequeña mosca y ofrece una lectura que es un modelo de estilo y discusión de los problemas científicos de la época.

El nombre científico del mime es Drosophila melanogaster (amante del rocío de vientre oscuro), la famosa mosquita drosófila, algo inseparable de toda la genética moderna y esto sólo de inicio.

Es una pequeñísima mosquita de unos milímetros de tamaño, ojos rojos y con sólo cuatro cromosomas. Se conocen más de dos mil especies y solo en Hawái, ese archipiélago en el Pacífico que es un estado de la unión de Estados Unidos de América, viven unas mil especies distintas. ¡A la evolución siempre le ha gustado jugar en las islas! Solo dos especies, la D. melanogaster y la D. simulans son universales, eso sí, por el estudio de sus relojes génicos sabemos que se separaron como especies distintas hace 2.5 millones de años, más o menos tan viejas como el género Homo.

En el 1909 con T. H. Morgan y su “cuarto de moscas” en la Universidad de Columbia, en New York, se inició la aventura de estos mimes como objeto de investigación. Y muy curioso, en un moderno texto de Zoología General, de impresionante tamaño además, al presentar los beneficios de los insectos menciona muchos, ¡pero olvida su papel clave en la investigación científica! Bueno, parece que no sólo en los diccionarios se escapan los detalles.

La drosófila es fácil de obtener, simple de alimentar y cuidar, pequeña de tamaño y de un ciclo de vida - nacimiento/reproducción- de unas dos semanas, lo que la convirtió en ideal para estudios en la incipiente genética del siglo XX, al poder fácilmente obtener varias generaciones de individuos en corto tiempo. Del “cuarto de moscas” de Columbia salió la teoría cromosómica de la herencia, el mapeo de genes (en cromosomas gigantes que presentan las drosófilas en sus glándulas salivales), como producir mutantes con sustancias químicas y radiaciones y múltiples conocimientos y aplicaciones más.

De capital importancia fue la cultura científica que inició T. H. Morgan: todo el que quisiera recibía ejemplares de sus moscas, las técnicas de cría y los resultados e ideas que se debatían. Las drosófilas se extendieron a laboratorios de biólogos de todo el mundo (y hoy, por supuesto, sus datos y estudios están todos al alcance por internet).

Al año 2000, más de 70,000 artículos científicos y 30,000 resúmenes de ponencias se habían publicado sobre estos mimes de la herencia. En el 2007, el genoma (la totalidad de genes de una especie) de 12 especies de drosófilas fue publicado y la manipulación de genes y de sus productos y el elevado número de mutaciones en estas mosquitas que resultan en malformaciones y enfermedades que también presentamos los humanos la ha convertido en un organismo que llegó a los laboratorios de investigación para quedarse.

Recién en estos días leía un estudio de evolución experimental en drosófilas, donde se discute la masculinización del genoma (hecho también encontrado en ratones y humanos), lo que significa que una mayor parte del genoma opera en funciones masculinas que en femeninas y que los genes de machos evolucionan más rápido que los de las hembras. Bueno, una garantía evolutiva de que el sexo seguirá siendo la forma de reproducción de muchos organismos y que la nueva era de los genomas y de las drosófilas refuerzan aún más las ideas y teorías evolucionistas. Los mimes de la herencia son ahora también los mimes de la evolución.

Cuando veas los mimes sobrevolando las frutas en tu hogar, piensa, no sólo estás observando la evolución en movimiento, sino como supo la ciencia por qué te pareces a tu hermano, a tu mamá y con algo de suerte, a tu papá.