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Wednesday, September 29, 2010

Una molécula, una sola molécula.

El sueño de lo simple ha perseguido a los humanos por milenios. El rasante, la famosa navaja del franciscano Guillermo de Ockham lo plasma en términos filosóficos: cuando tenemos que escoger entre varias soluciones posibles la más simple es por lo general la más indicada, el famoso principio de la parsimonia.

La vida simple, a despecho de los intelectuales, parece ser la más fructífera en términos humanos de emociones positivas, aunque evitemos confundir simpleza y felicidad con primitivismo y pobreza, que ya eso es otra historia.

Pero, a pesar de desearse lo simple, el mundo aparenta complicado. Nadie observa la Tierra girando alrededor del Sol, sino todo lo contrario y la búsqueda de lo real necesita cuidarse de las apariencias: estas siempre son simples y encubridoras. Así, los científicos investigadores aconsejan constantemente a sus alumnos: hay que ir con cuidado y confirmar y reconfirmar todo, no existe la “bala de plata” que cure todas las enfermedades. Me pregunto a veces si esta expresión procede del famoso Llanero Solitario o de la bala de plata para matar vampiros de las novelas de misterio.

Pero continuamente aparecen contraejemplos. La simpleza de que una sola molécula sea la responsable de complejas conductas y catastróficas enfermedades nos hace de nuevo pensar en lo simple y esperar seguir encontrando eventos únicos que nos expliquen y aclaren las enmarañadas verdades que buscamos conocer.

Estudiando un pequeño gusano, hoy ya famoso como animal de experimentación, el Caenorhabditis elegans, se encontraron dos variantes. Una se alimenta en solitario y la otra en grupos. La única diferencia entre las dos variedades es un aminoácido en una proteína receptora. Transferir el receptor de un gusano de alimentación social a uno solitario causa que este socialice con sus congéneres para comer.

Otra proteína, ahora en el mime de las frutas, la famosa Drosophila de los genetistas, llamada “estéril” gobierna la conducta de enamoramiento y se expresa distinto en moscas machos y hembras. Recientemente investigadores en Viena reportaron que cuando las hembras expresan la proteína del macho empiezan a intentar montar machos y a enamorarlos. Además, para que los mimes de las frutas desarrollen el circuito neural de enamoramiento y preferencia sexual, el gen responsable de la proteína “estéril” debe estar presente y activo en el desarrollo temprano del insecto, si se coloca cierto tiempo después, no surtirá ningún efecto.

La CREB, proteína encontrada por vez primera en el molusco Aplysia o liebre de mar es un componente molecular clave para el proceso de consolidación de los recuerdos, tanto en caracoles, moscas y ratas como en humanos.

En nuestro cromosoma 4 tenemos un gen responsable, si no funciona, del terrible Mal de Huntington, que se hereda de un sólo pariente. Primero aparece dolor, debilidad muscular y problemas sutiles de coordinación: fue llamado el Baile de San Vito, porque los enfermos peregrinaban a Ulm, en Alemania, a rezar e implorar a la Capilla de San Vitus. La enfermedad sigue su curso y los enfermos se vuelven paranoicos, responden violentamente a discusiones menores, tiranizan a quienes los rodean con grandes celos, son obsesivos, con dificultades de concentración y finalmente, llega la demencia.

En el gen de Huntington aparecen las bases CAG que significan unir el aminoácido glutamina a la proteína que forma. En genes saludables esta combinación-CAG- aparece unas 28 veces, pero si aparece entre 35-40 hay problemas. Mientras más se repite esta tríada, codón en el ARN, dicen los especialistas, más temprano y más severa aparece la terrible enfermedad. Y se me ocurre pensar, ¿no será que quien tenga 28 repeticiones del codón, aunque normal, sea una persona mucho más celosa, por ejemplo, que quien tenga sólo 26 repeticiones? Es sólo un pensar.

Y recientemente otra única molécula parece jugar un papel decisivo en la capacidad de una persona, o de un mono Rhesus, para superar una situación traumática. El gen de la serotonina, un neurotransmisor cerebral involucrado en múltiples conductas y presente en varios lugares neurales, existe en dos variantes: una versión corta y una larga. Como todo gen, tenemos dos versiones-la que heredamos de nuestro padre y la que viene por vía materna, alelos, le llaman los genetistas.

Es variable en las razas, un tercio de la población blanca tiene las dos copias largas y un 17% las dos cortas. El resto, entre los blancos, presenta las dos variantes juntas.

Si un niño sufrió abuso físico o sexual y presenta las dos versiones largas del gen, por lo general al llegar a adulto su vida transcurrirá sin el peso de ese trauma infantil, pero si por el contrario posee las dos versiones cortas tendrá una alta probabilidad de sufrir en su adultez los efectos del trauma y desarrollará depresión con su secuela de relaciones personales y de trabajo difíciles, mala salud y abuso de sustancias. Uno solo de los alelos corto y la probabilidad de que el trauma permanezca de por vida será moderada, pero existente.

Las investigaciones acerca de la influencia de las variaciones del gen de la serotonina sobre los efectos posteriores de distintos traumas infantiles se han replicado experimentalmente con éxito en monos Rhesus, monos con un 96% de su ADN idéntico al nuestro. Hoy día, firmas comerciales, bajo recomendación médica, realizan los análisis del gen en pacientes para buscar las terapias más apropiadas en casos de abuso infantil y de otros traumas mayores presentes también en adultos. Nuestra predisposición a olvidar traumas y abusos y seguir con nuestras vidas depende así de una sola molécula.

Los ejemplos de una particular molécula responsable de variaciones drásticas en conductas y temperamentos tanto en humanos como en otros animales, inducen a intentar nuevos esfuerzos por encontrar causas primeras simples a muchos de nuestros males e inclusive, a nuestra forma de ser y de ver la vida. Imagínense, encontrar la molécula que hace mentirosos a los políticos y oportunistas, egoístas y corruptos a funcionarios de distintas vertientes. Sería el paraíso si pudiéramos conocer el por qué y luego poder cambiarlo, curar eso, por lo menos aquí en los trópicos